ADIOSES DEL ERMITAÑO
César Actis I. Brú

Si no mienten los registros -y quienes me registraron- soy largamente septuagenario.

A esta edad emprendo el viaje, que sin duda me pondrá en condiciones de aguardar el tránsito definitivo.

En el trayecto tal vez pase por la zona donde existe la curuzú cuatiá pero el destino me espera en tierras de las misiones del Paraguay.

He sido llamado -y acepté para tener un morir honorable condigno con los últimos veintitantos años de mi vida- por el Padre Fray Ignacio Ucedo del Convento de Asunción, a quien conocí entre los años de 1780 y 1781 cuando ingresé a la Venerable Orden Tercera de Nuestro Padre San Francisco, aquí en Santa Fe.

Me enviará, según su carta de fines del año pasado a la Doctrina de San José de Caazapá, un próspero poblado de unas setecientas almas fundado en 1607 por el santo sacerdote y religioso Luis Bolaños a orillas de un riacho que vierte sus aguas en el Tebicuarí-miní.

Allí, me escribe Fray Ignacio, ha fallecido el 7 de septiembre de 1793 el cura doctrinero de la Orden Fray José Bordón, y es necesario que alguien preste su ayuda en la doctrina de los indios. No me será del todo fácil, no solamente por mi espíritu ermitaño sino por la lengua también, aunque me tranquilizó diciéndome que hay un catecismo que preparó Fray Buenaventura Cáceres en guaraní que es elemental y rudimentario pero muy eficaz para explicar los Misterios de la Fe.

A esta altura de la vida los años se ponderan con una visión más reposada y ciertamente, más espiritual.

Mis últimos veinte han sido notoriamente entregados a Dios a quien ofrecí mi soledad, mi apartamiento del mundo y la penitencia; también mi trabajo para elevar una digna morada a la Madre de Dios, mi Salvador, en un campo de los González de Setúbal donde tallé madera, levanté los muros, hice baldosas y pinté con motivos piadosos las paredes.

También hice campanas.

Este oficio me servirá para escapar con el permiso de las autoridades y la gente que no quiere que deje de atender el santuario de la Madre de Dios.

Pero yo quiero irme a esperar la muerte, ya tan próxima, a otro lado.

Mi larga existencia en Santa Fe se inicia con Francisco Izquierdo que era teniente de Gobernador a la sazón de mi nacimiento y he visto pasar a Francisco de Siburu, a Francisco Javier de Echagüe y Andía, a Francisco Antonio de Vera Mujica, a Joaquín Maciel, a Francisco de la Riva Herrera, a Melchor de Echagüe y Andía hasta llegar al que nos rige hoy, don Prudencio de Gastañaduy que en el manejo de la cosa pública hace honor a su nombre.

De mis primeros cincuenta años no diré cosa alguna.

Prefiero que la historia me recuerde, primero como custodio y alarife de la Virgen de Guadalupe, como íntimo compañero de Pacomio, Macario, Antonio, Pablo Primer Ermitaño, y como hagiógrafo de santas vidas. "Soledades de la Vida y retiro Penitente por amor a la virtud y menosprecio del mundo" quedará manuscrita hasta que dentro de dos siglos a algún fraile dominico se le ocurra publicarla y alguna Universidad de estas latitudes la edite.

Lo cierto es que mi alma sólo anhela al Señor y desea esperar ese momento inefable de la íntima unión con él, sirviendo como lo hizo el mismo Jesús, a los hermanos.

En tierras del Paraguay, diré, con don Francisco Villa-lobos, físico del Emperador don Carlos V, "venga ya la dulce muerte con quien libertad se alcanza" y que tal vez inspiró los versos de ese excelso poema de la doctora de Ávila: "venga ya la dulce muerte, venga el morir tan ligero, que muero porque no muero".

Pero ¿quién me dará palabras para expresar lo que siento?. Alguien dirá dentro de un siglo: "entre el temor y la esperanza hace su morada el varón de deseos, vive por pensamientos y muere por el olvido; y para él es bienaventuranza la tribulación padecida por amor. El Entendimiento llega antes que la Voluntad a la presencia del Amado, aunque corran los dos como en certamen. Más viva cosa es el amor en corazón amante, que el relámpago y el trueno, y más que el viento que hunde las naos en el mar".

Eso es lo que siento. Voy a buscar al Señor adentro de la tierra, allí donde tienen sus fuentes las aguas que nos lavan, en la espesura donde tal vez el Paraíso Terrenal estuvo, donde los hombres esperan que alguien, aunque sea un pobre hermano terciario franciscano, hijo de Carlos de la Rosa, le lleve la Palabra de Dios.

No sé si llegaré. Los años me encorvan y los largos ayunos han debilitado mi cuerpo. Pero vale el intento para decir adiós.

A Julio César Godoy.





Domicilio: 25 de Mayo 1470 - Santa Fe de la Vera Cruz - La Capital - Santa Fe - República Argentina - Código postal: 3000
Teléfono: (54) 0342 4573550 - Correo electrónico: etnosfe@ceride.gov.ar
Página web: http://www.cehsf.ceride.gov.ar/