JOSÉ LUIS VITTORI, LECTOR Y CRONISTA RIOPLATENSE
Graciela Maturo

Acerca del libro Viajes y viajeros en la literatura del Río de la Plata, ed. Vinciguerra, Buenos Aires, 1999.

La colosal aventura iniciada por el discutido y real encuentro de pueblos en nuestro continente, y el corpus textual que hizo perdurar esa gesta, han inspirado lo más importante de la literatura hispanoamericana de estas décadas, y aún de los inicios del siglo, tanto en el ensayo como en la novela. A una espléndida floración cuyo censo podría abarcar los nombres ilustres de Larreta, Lugones, Carpentier, Uslar Pietri, Arciniegas, Fuentes, Di Benedetto, Posse, Aridjis, Baccino - quienes nos han mostrado lo novelesco de la historia misma y la fascinación de nuestras escrituras liminares - viene a agregarse el de nuestro escritor José Luis Víttori, cuya vasta trayectoria incluye una valiosa obra narrativa, su labor al frente del Centro de Estudios Americanos y las publicaciones que en él se radican, así como una reflexión teórica y cultural sobre la misión del escritor, las relaciones de literatura y región, la identidad cultural, la historia de América.

Dos densos y enjundiosos volúmenes conforman su obra Viajes y viajeros en la literatura del Río de la Plata, que acaba de publicar Lidia Vinciguerra, en pulcra edición enriquecida con ilustraciones del campo de la plástica, grato al autor. Víttori ofreció ya una apasionada indagación y reflexión sobre los textos del descubrimiento y la conquista, a través de dos libros admirables: Del Barco Centenera y la Argentina, 1993, y Exageraciones y quimeras en la Conquista de América, 1997. Ellos abrieron el camino de esta obra fundamental en la lectura de textos rioplatenses, que revisa un amplio número de cartas, diarios de viaje, trabajos de historiografía, memorias, informes, poesía, cuentos y novelas, todos ellos ligados en la modalidad de un vasto relato que lleva el sello del escritor. La voraz y juiciosa lectura de Víttori se nutre de esa amplia serie de textos escritos entre los siglos XVI y XX en la región rioplatense, a partir de los cuales presenta a sus personajes, elige prolijamente las citas de su implícita antología, e invita al lector a compartir su fruición de lector e intérprete.

Cinco siglos de historia desfilan ante nuestros ojos a través de la doble mirada de los autores elegidos y del agudo lector que los interpela. Muchos son también los juicios autorizados a los que Víttori apela para carearlos entre sí, reforzar su propio juicio, o asentar alguna disidencia.

Estamos pues ante un amplio examen de las fuentes primarias de la historiografía rioplatense y de buena parte de la tradición narrativa que la prolonga. El corpus, aunque sin pretensión de exhaustivo, es en verdad rico y minucioso.

Los propios escritores, en especial aquellos que el autor ha estudiado con más detenimiento y devoción, como es el caso de Centenera, Ruy Díaz de Guzmán o Félix de Azara en el primer tomo, sirven de fuente a Víttori para un friso que alterna los testimonios y juicios iniciales con otros más próximos de sus mentores, los siempre citados historiadores santafesinos Cervera, Zapata Gollan, Busaniche, y también Ricardo Rojas, Madero, Gandía, Levillier, Alberto M. Salas, José Luis Molinari, Atilio Cornejo y muchos más, en vasta compulsa que incluye la visión de viajeros y escritores actuales. Víttori ha sabido captar el sentido viviente de una tradición que se lee y reinterpreta a sí misma en distintas vías o géneros. En su conjunto, los cronistas del siglo XVI son nuestros primeros historiadores, lingüistas, antropólogos, colectores de símbolos, leyendas y mitos que conforman una identidad cultural; también son portadores de críticas o cuestionamientos que todavía nos inquietan. Nuestro escritor destaca la pluma de aquellos autores que se descubren tales en el acto de fijar sus recuerdos o manifiestan su auténtica vocación literaria como es el caso de Núñez y Lizárraga, y la calidad intrínseca de las obras de Centenera, injustamente subestimado por la crítica, o el mestizo asunceño Ruy Díaz de Guzmán. Se detiene con particular interés en aquellos actores del pasado que escribieron en forma más testimonial o más objetiva los sucesos vividos, y abrieron con conciencia realmente histórica el recuento de aconteceres fundantes, ciudades y gobernaciones que serían estados, descubrimientos, batallas, viajes y expediciones en los cuales se fue gestando nuestro ser histórico y cultural. Exhibe la imagen de conquistadores de distinto jaez, predicadores, soldados y funcionarios que en muchos casos vienen a instalarse en un lugar por muchos años, y luego vuelven a su tierra, o bien de los que se entrañan en América, y de sus descendientes los mancebos de la tierra. A todos cuadra de un modo u otro el nombre de viajeros por el impulso continuo del andar, en barco, a pie o a lomo de mula por las desiertas leguas del territorio americano, sus mares y sus ríos. El Paraná es innegable protagonista de este devenir, ya sea en pos de quimeras como el país del Rey Blanco o la mitológica ciudad de los Césares, o en busca de enlaces políticos, ampliación de territorios conquistados, obtención de riquezas, predicación.

Desfilan por estas páginas los primeros viajeros, que llegan a las tierras del Plata y entran por la boca del argentino río al continente para internarse en riesgosas peripecias, perder la vida o impulsar fundaciones, pasar hambrunas, librar combates, instalarse en la tierra, volver a su origen. Juan Díaz de Solís, Sebastián Gaboto, Alejo García, Luis Ramírez, Pedro de Mendoza, Utz Schmidl, Rodrigo de Cepeda y Ahumada, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Interpretando lo novelesco de la historia misma, acepta Víttori la existencia de Francisco César, e incluye a Pero Hernández como escritor y no como amanuense.

Como hoy lo reclaman Pupo-Walker y los más eminentes estudiosos de las letras coloniales, atiende José Luis Víttori a los aspectos literarios de los cronistas, antes leídos como historiadores fantasiosos. Es Alvar Núñez quien le hace entrar de lleno en lo propiamente literario, al presentar su viaje como transformación de la conciencia y comienzo de una nueva vida, hecho conmocionante que lo relaciona con viajeros y novelistas posteriores.

Evitando el catálogo informativo, el autor prodiga evaluaciones personales sobre el mestizaje que ha conformado la cepa rioplatense, la creación del ethos americano, la presencia mítica, el protagonismo de la mujer, creciente en América. A doña Isabel de Guevara la acompañan en estas páginas Mencía Calderón, Elvira de Angulo y aquella Ana Díaz evocada por Centenera, así como algunas mujeres que más tarde viajaron por el territorio - Lucy Dowling - o hicieron viajes literarios por el pasado, tales Josefina Cruz y Libertad Demitrópulos. En una de las informantes de su comprovinciana Marta Rodil el escritor vuelve a escuchar la voz fuerte y quejumbrosa de Isabel de Guevara.

Las obras localizadas en larga búsqueda son objeto de una meditada selección textual acompañada de su comentario, glosa, crítica o discusión siempre enriquecedora. El autor se muestra como avizor y preparado exégeta de los textos que elige. Transmite información suficiente sobre ellos sin detenerse en consideraciones eruditas, pues su propósito no es plantear problemas filológicos o cotejar ediciones sino la lectura sabrosa, la recreación e incorporación vital, la presentación de personajes, ambientes y paisajes mediados por escritores a los que se acerca con ánimo fraternal, comunicando ese trato a sus lectores. Se halla en este sentido más próximo de la lectura humanista de Alfonso Reyes o Lezama, también escritores, que del estudio analítico de críticos actuales, prejuiciados por la deconstrucción del texto o la contrastación ideológica. Víttori selecciona, informa, cita, subraya, expande. Prodiga juicios admirativos o adversos (en el caso de Schmidl muestra su poca simpatía), adopta la modalidad narrativa de sus predilectos, penetra en lo propiamente creativo del texto estudiado. Doy como ejemplos su comentario crítico de la carta de Luis Ramírez, o sus apreciaciones sobre la Descripción de Lizárraga: "La prosa de Fray Reginaldo es fluida, serena, curiosa, despojada de efusiones retóricas, como si en una ensoñada recapitulación se dirigiese a un interlocutor presente cuatro siglos después, tal es la fuerza comunicativa de sus vivencias." Vossler llamaba "crítica de simpatía" a esta suerte de compenetración afectiva con el texto (algo desprestigiada después por su mala aplicación y abuso) lo cual nos ha llevado a algunos de nosotros a valorar especialmente la crítica del escritor.

Incluye también ricas observaciones lingüísticas y asimila en su propio texto voces aprendidas en sus lecturas: derrota por camino, poblar por fundar, poblarse como volver, sertón, urca, etc.. Intercala igualmente su reflexión sobre las relaciones entre historia y novela, advirtiendo la fuerte vigencia de la creación literaria en la conformación del imaginario colectivo.

Sólo un escritor podría haber establecido tan amplio relacionamiento de fuentes diversas con la libertad y la responsabilidad con que lo hace Víttori. Su programa se centra en el viaje y los viajeros, pero en ambos tomos rebasa esta intención al ocuparse de viajes al interior del continente y asimismo de viajes metafóricos, interiores, míticos, de búsquedas del paraíso, la felicidad o el futuro. Su primer tomo llega a constituirse, entre otros méritos, en una crónica abarcadora del pasado rioplatense, apoyada en los primeros cronistas que le sirven de fuente, y en viajeros del siglo XVIII, geógrafos, naturalistas, historiadores, conducidos por intereses científicos. En el segundo tomo la "trama" se hace más compleja, ya que a los viajeros ingleses, franceses o de otras nacionalidades que exploran nuestro territorio se les suman los escritores mismos, motivados por incursionar en tierra adentro descubriendo su propia patria, su gente, sus costumbres, descubriéndose a sí mismos en la aventura emprendida. Buen ejemplo de ello es Lucio V. Mansilla al internarse tierra adentro en su llamada Excursión - que es más bien una incursión - en los orígenes de la patria, sus pobladores primitivos, sus costumbres, su lengua, su racionalidad propia y distinta.

Primero se pintaba el viaje del europeo a nuestras tierras, las migraciones fundadoras internas al territorio, la lucha entre naturales e invasores. Luego se dibuja como un segundo tiempo, que es el redescubrimiento de la Argentina por viajeros modernos y por sus escritores de los dos últimos siglos: Sarmiento, Mansilla, Quiroga, Lugones, Güiraldes...

Mucho habría que decir del tono y el estilo de Víttori. Hace gala en muchos momentos de una narración vivaz y entusiasta, vuelve a implementar la modalidad narrativa ya expuesta en su libro sobre la Argentina, transmite una visión integrada de la evolución nacional - y eso es en realidad hacer historia, no simplemente acumular datos sino otorgarles una legibilidad y un carácter unificador, como lo afirma Ricoeur - El tono unificante de estas páginas, cuyo debido análisis podría mostrar la frecuencia de interpolaciones reflexivas, pasajes líricos, y permanentes recurrencias al motivo del viaje, al país, a su región natal, es el de un cronista épico, el mismo que ha sabido poner en prosa novelesca algunas páginas del olvidado Arcediano. A quienes aman la taxonomía literaria les será difícil clasificar este libro en el género histórico o bien en la exégesis textual, pues se mueve entre ambas disciplinas sin ceñirse estrictamente a sus métodos específicos. El humanismo de Víttori le ha permitido transgredir los límites modernos de la ciencia historiográfica y la crítica literaria, para volver a enlazar en un discurso innegablemente literario los distintos aspectos de su labor como historiador, narrador y lector, razón por la cual me permito llamarlo cronista, prolongando en él esa mezcla de géneros que ha sido característica de los cronistas que estudia.

Al leer esta obra no he podido dejar de tener en mi memoria la narrativa de Víttori, los memorables Cuentos del Sol y del Río, y sus novelas donde vive el amor de su tierra y de su gente. Se lo siente pertenecer a esta saga con su talento creador y su pasión de estudioso y americanista.

Ha captado profundamente la simbólica del viaje que es en la antropología judeocristiana la esencia del hombre: homo viator, en marcha hacia su realización plena en la vida o en la trascendencia, dimensión que queda insinuada en las páginas de este libro. En el fondo la metáfora del viaje caracteriza también la expansión del hombre occidental, y su descendencia, como hombre caminante, indagador, fundador de civilizaciones, curioso de otros pueblos a los que sojuzga, ilustra y enseña en un viaje cultural avasallante que también queda abierto finalmente a la anagnórisis de que hablaron los antiguos: el reconocimiento, la transformación. El autor santafesino aplica esta visión a los actores españoles, criollos y extranjeros de la gesta colonizadora, y a los que en siglos posteriores continúan su impulso descubridor, su interés descriptivo e historiográfico, a veces su veta literaria. El viaje, en ciertos casos cerrado en sí mismo, es de suyo aventura, (adventure, adviento), viaje interior, peripecia de crecimiento espiritual que conduce en ciertos casos a la obtención de la sabiduría. ¿Se habría escrito el Quijote sin el antecedente de la concreta epopeya americana? Este es el trasfondo filosófico del viaje que a su turno emprende Víttori por el frondoso patrimonio de la historia y las letras rioplatenses. Un viaje de reconocimiento y pertenencia, un viaje de revelación. Víttori realiza también su periplo, que tiene por centro a Santa Fe.

Por esta razón no es éste el libro de un historiador - sin restarle sus méritos en este aspecto - ni tampoco un trabajo de crítica literaria que podría haber analizado sistemáticamente una serie de textos, si bien cuando lo hace muestra Víttori su fino sentido crítico y exegético. Por mi parte veo moverse en el libro una línea sutil y menos evidente que le proporciona una coherencia de ensayo, y casi de novela. Se trata de haber mostrado un recorrido en el tiempo que es a la vez un recorrido espiritual: el devenir histórico evocado dibuja la circularidad de una aventura vivida y narrada por sus propios actores, y releída por el escritor en actitud de intérprete cultural. Este recorrido por la trama escrituraria, superpuesta a la trama de la historia viva, comporta también - como lo sugieren las evaluaciones y comentarios del autor - una fascinante aventura espiritual vivida por el escritor y generosamente compartida con sus lectores.


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