Centro de Estudios Hispanoamericanos




· Homenaje: Panel en memoria del Dr. Francisco Magín Ferrer


Con motivo del fallecimiento del Dr. Francisco Magín Ferrer, miembro fundador del Centro de Estudios Hispanoamericanos, la comisión directiva dispuso la realización de un panel en homenaje a su memoria, que se realizó el Miércoles 17 de Septiembre a las 19,00 en la sala de conferencias del Museo Etnográfico "Juan de Garay" con el auspicio del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales.

El mismo estuvo coordinado por el presidente del Centro, Académico Nacional José Luis Víttori e integrado por los Señores Horacio D. Caillet-Bois, Jorge Reynoso Aldao y Dante Vella, quienes se referirán a diversos aspectos de la fecunda existencia del Dr. Francisco Magín Ferrer.

A continuación se brindan las versiones gráficas de las palabras pronunciadas por los participantes:

José Luis Víttori

En el deseo y la necesidad de recordar al doctor Francisco Magín Ferrer, el Centro de Estudios Hispanoamericanos, con el auspicio del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, ha organizado esta noche un panel en homenaje a su memoria.

Deseamos así rescatar para los anales de ambas instituciones, algunos aspectos de la personalidad multifacética de quien fuera su presidente honorario, con la delicada misión de sostenerlas y orientarlas, cuando la muerte del Dr. Agustín Zapata Gollan dejó un vacío en el más alto y perseverante liderazgo de ambas.

Al respecto, necesitamos destacar la colaboración prestada, con el mayor desinterés personal y con el respaldo indudable de su autoridad y prestigio, moderadores en ese momento de apetencias extrañas al espíritu y a la vocación de la obra iniciada muchos años antes por don Agustín, en torno al rescate y a la puesta en valor de las ruinas de Santa Fe la Vieja y de su entorno arqueológico, etnográfico e histórico.

No hace falta subrayar ni insistir en la identificación de estos dos hombres activos y estudiosos en una larga amistad coincidente en sus aspiraciones humanistas y en los dones del derecho, la literatura, el arte, las ciencias del hombre o el periodismo, disciplinas que compartieron y a su turno ejercieron en la función pública o ejercitaron con la libertad de su saber y de su gusto, acompañándose a menudo en animadas conversaciones en las cuales intercambiaban conocimientos, ideas y cosas del humano vivir, en una respetuosa y discreta consideración mutua.

Cada uno de nosotros atesora en su recuerdo del Dr. Francisco Magín Ferrer un gesto de simpatía personal, en una actitud solidaria, una oportuna palabra de aliento, una actuación destacada, la clara conducta de quien supo unir a los demás en modos de tolerancia, alentando iniciativas y defendiendo logros genuinos.

Nunca olvidaré el día de mi primera disertación para el Centro de Estudios en esta misma sala. Ocupé mi lugar en el estrado teniéndolo a él a mi izquierda y a don Agustín a mi derecha, sosteniéndome en la ansiedad de la espera, como lo evoca la foto que se tomó en el acto. El doctor Magín Ferrer me presentó, respaldando con su presencia y con su meditada intervención, los antecedentes en los cuales yo podía fundar la lectura de un trabajo sobre del Barco Centenera que don Agustín, por su parte, me había reclamado con divertida insistencia.

El orador fue generoso conmigo y de algún modo comprometió una mayor dedicación y una continuidad en la tarea emprendida por el Centro de Estudios. Francisco Magín Ferrer "dio fe" de mí. Hasta ese momento no nos habíamos frecuentado, quizá él no me conociera a fondo, pero aún así, intuyendo sus razones, fue mi mentor y me elevó a la consideración de los demás, del público, de sus amigos, de los estudiosos del círculo íntimo a quienes D. Agustín había congregado, según su afectividad y preferencia, en las tres instituciones de apoyo al Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales...

Creo no haber desmerecido esa adhesión personal en los años que siguieron, pero no me corresponde decir. Sí puedo decir, en cambio, que la confianza depositada en mí por el Dr. Magín Ferrer, fue como una fraternal bienvenida y me sostuvo intelectual y moralmente después, en otras responsabilidades y en días de arduo trabajo, de preocupaciones y de dudas que, compartidas, cimentaron el mutuo reconocimiento de una amistad sincera y despojada.

Otras circunstancias hubo en que pude admirarlo y sentir el respaldo de su presencia, el valor de su buen consejo, el abierto optimismo de sus consideraciones, la donación de esa humildad con la que no vacilaba en ponerse en un "segundo plano" como para no "echar sombras" que desdibujaran a su prójimo: esto fue así cuando llegaba a la dirección del diario El Litoral a entregar memorables artículos doctrinarios o críticos de situaciones en que la justicia o los ciudadanos mismos parecían haber olvidado el imperio del Derecho o la igualdad ante la ley.

Atesoro una de esas circunstancias en lo más hondo de la admiración y el afecto: el día en que descubrimos la escultura - retrato de D. Agustín en el patio de los naranjos del colegio de la Inmaculada, al cumplirse el primer año de su muerte, cupo al Dr. Fco. Magín Ferrer ofrecer a su memoria una estupenda semblanza, en la cual no sólo celebró al estudioso y al amigo desaparecido, sino también lució por reflejo de sus palabras una amplitud de miras, una rigurosa docu-mentación académica y una serena generosidad, en la convergencia de dones que lo mostraba a él mismo en lo más íntimo de su persona, reposada, íntegra y conmovida.

En uno de los momentos de su lectura dijo: "El éxito suele disgustar a quienes no sienten la alegría de la gloria ajena, pero con la exhumación de las ruinas de Santa Fe la Vieja, Zapata Gollan proporcionó a los argentinos y americanos la evidencia material del comienzo de la civilización urbana de la conquista hispánica en esta región del Río de la Plata, y pudo ofrecer así a sus contemporáneos las piezas arqueológicas hasta entonces ignoradas, que han servido para ensanchar y profundizar el conocimiento de una época que interesa fundamentalmente a americanos y europeos".

Lo cierto es que, como lo evidenciaron sus palabras, en toda la peripecia del hallazgo y en el erróneo o mezquino debate que siguió a las primeras excavaciones, Fco. Magín Ferrer se mantuvo firme junto al amigo, compartiendo sus razones y certidumbres. Así era: un hombre de convicciones cuya firmeza y constancia podía fundarse una relación intelectual y un reconocimiento al mismo tiempo afectuoso.

Me gustaría profundizar en esta especie de retrato; quisiera que mis palabras calaran hondo en la imagen del Dr. Fco. Magín Ferrer, para transmitir siquiera un esbozo de cómo fue en su persona y de qué fue su persona en la vida, con brillo y valores propios.

Pero, mi presencia aquí, esta noche, sólo responde a motivos "funcionales", cuales son, primero, el de presentar a los panelistas y, enseguida, el de cederles la palabra.

Dante Vella, Jorge Reynoso Aldao y Horacio Caillet Bois, han conocido y tratado largamente al doctor Francisco Magín Ferrer en las diversas facetas de su actividad. Ellos mismos son bien conocidos por su profesión, su identidad o su desempeño ciudadano, lo cual me exime de un mayor abundamiento.

Escuchemos, pues lo que van a decirnos.

Dante Vella

Hace ya casi cuarenta años tuve oportunidad de conocer a Francisco Magín Ferrer, en circunstancias en que me desempeñaba como miembro del directorio de nuestra Caja Forense. Pasó entonces por mis manos un expediente judicial en el que se trataba la cuestión suscitada por un planteo de nulidad matrimonial por impotencia del cónyuge en una pareja sumamente conocida en los ámbitos sociales santafesinos. Me atrajo la singularidad del caso en el que Ferrer había asumido la representación del esposo, y me detuve especialmente en la sustanciosa lectura de su alegato sobre el mérito de la prueba. Tuve así el modo de comprobar que, además de la profundidad y lucidez del aporte jurídico que se hacía en esa singular pieza, en favor de la postura de su mandante, Ferrer desarrollaba el tema con una sagacidad, una perspicacia y un brillo dialéctico propio de un jurista de raza y un fascinantes dominio del idioma, con lo que se conjugaba una alta manifestación de cultura y de profesionalidad.

Ello me permitió descubrir a un abogado en el sentido estricto y más calificado del término, para quien la defensa del cliente era a la vez la oportunidad propicia para desempeñara una calidad expositiva poco común. Me sedujo pues esa experiencia y no tardé en buscar la frecuencia de su trato, para abrevar en su sapiencia y disfrutar además de su encantadora capacidad coloquial, sin duda provechosa y a la vez placentera para el interlocutor. Toda entrevista con Ferrer me resultaba un grato encuentro, por su jovialidad generosa, ciertamente inigualable y a través de la cual se establecía una comunión espiritual que disolvía y pasaba a segundo plano la diferencia de edades entre ambos.

Tiempo después de aquella ocasión verdaderamente reveladora, ya estrechada la vinculación de nosotros, tuve el honor de compartir la defensa de un caso litigioso que en su hora cobró una marcada trascendencia en nuestra ciudad. Fue el que generó las diferencias entre los entonces propietarios de L.T.9 y la concesión del canal local de televisión, que enfrentó a dos conocidos adversarios entre quienes se tramitó una multiplicidad de causas judiciales de inusual complejidad y prolongada extensión, incrementada por las notorias características personales de ambos protagonistas, que rivalizaban en la disputa de eminentes intereses económicos de aguda repercusión en nuestro medio. El asunto, multifacético, se desgranaba tanto en juzgados civiles como penales, lo cual hizo necesario recurrir a profesionales especializados en las distintas ramas del derecho, que debieron prestarle una intensa atención casi "full time" y por un largo tiempo, hasta que finalmente el litigio concluyó, luego de variadas vicisitudes, en un arreglo.

En la fase civil de esa tarea, Magín desempeñó un rol impor-tantísimo, con su caracterizada solvencia intelectual y su contribución resultó altamente ponderable en los círculos forenses; sus escritos merecieron el elogio general. Y en lo que a mí respecta, a cargo de la fase penal, confieso que la colaboración con él me enriqueció en diversos temas que para mí, hasta entonces, no habían sido de trata-miento común y habitual. Más allá de la diversidad de tratamientos propios de cada rama del derecho, fue para mí una orientación magistral y fecunda su dominio y exposición elocuente de los aspectos más sustanciosos del debate, que en momentos alcanzó una severidad y despliegue de argumentaciones poco frecuentes en el foro santafesino.

Recuerdo que tanta importancia se dio al caso que las partes decidieron consultar a destacados penalista foráneos como Soler y Debenedetti que aportaron sus opiniones dispares sobre cada uno de los temas que se discutían en la emergencia enjuiciada.

Pude entonces apreciar y admirar, en esa faena, la medulosa y convincente exposición de los planteos de Ferrer, su magistral dominio del idioma y la sagacidad conque presentaba ante los magistrados los argumentos favorables a los intereses de la parte que defendíamos, en un esfuerzo sin igual, destacándose en una labor que lamentablemente, queda -por relevantes que sean- relegada a permanecer y morir en el interior de los expedientes, valorados solamente por la apreciación de los litigantes y sin posibilidades reales de trascender más allá de los marcos limitativos de la causa. Singular destino de los escritores forenses, cuyas páginas sustanciosas de doctrina y de sabiduría no tienen la oportunidad de difusión de los fallos judiciales que se publican diariamente en periódicos especializados y así ser dignos del análisis y comentario de los juristas y el acogimiento en las exposiciones doctrinarias en las que sus citas son invocadas para reforzar una postura o una teoría en torno a alguna cuestión controvertida. Nada de ésto sucede con los escritos de los abogados actuantes, esas piezas en que se despliegan alegaciones muchas veces brillantes pero cuyo conocimiento no excede de la apreciación de los magistrados y de las partes, cuando en diversas ocasiones merecerían ser conocidos por otros profesionales y divulgados entre los lectores inquietos, a quienes no tienen la posibilidad material de llegar.

Casi coetáneamente con la sonada controversia del canal 13 y también LT9 de nuestra ciudad, debí compartir con el Dr. Ferrer otra defensa, esta vez especialmente de índole penal, muy publicitada también por las características que en el ámbito local y nacional se adjudicaban al personaje involucrado; la cual tramitó ante un excepcional magistrado que entonces administraba la justicia federal local, y que nunca dejaré de ponderar por sus incomparables dotes de sabiduría, equidad y bonhomía conque prestigió como pocos los estrados judiciales de Santa Fe: el inolvidable Eugenio Wade, juez ejemplar a quien aprovecho esta circunstancia para rendirle mi sincero y respetuoso homenaje. En la segunda oportunidad de compartir una defensa complicada y difícil, pude compulsar nuevamente los valores jurídicos que adornaban la prestancia profesional de Magín, quien pese a su especialización como cultor del derecho civil de muy alta jerarquía, desbordaba esos límites y revelaba un dominio magistral del derecho como unidad profunda en todo los órdenes.

Pero además de las virtudes ejemplares del Dr. Ferrer como abogado litigante, que ejerció su profesión luego de haber finalizado una prolongada y prestigiosa tarea judicial en la que llegó a las instancias superiores de la organización tribunalicia, hasta ocupar el Superior Tribunal y luego la Corte Suprema de Justicia de Santa Fe, en las décadas del 40 y del 50, en plena juventud y con el reconocimiento de nuestro foro debo recordar también su vocación como catedrático del derecho, que ejercitó en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral con ejemplar dedicación y suma eficiencia, habiendo dejado testimonio de su preocupación por la difusión y el progreso de la ciencia jurídica en valiosas obras sobre cuestiones vinculadas al Derecho Civil y a la enseñanza del derecho, que enriquecieron la bibliografía especializada, y en las que volcó, como lo hiciera también en la judicatura y el ejercicio profesional, sus relevantes condiciones que lo convirtieron en una personalidad respetada, querida y prestigiada no sólo en el medio local santafesino, como así en el ámbito nacional, en el que llegó a ser conjuez del más alto tribunal del país.

Pero además de estos sobresalientes aspectos de la personalidad de Ferrer, es necesario destacar también en el ámbito de su fecunda actividad como hombre de derecho y también como ciudadano cabal, la proficua producción que brindara a toda la comunidad mediante sus notas periodísticas en las que abordó, a través del Diario El Litoral principalmente y de otras publicaciones generales, en las que en forma clara, didáctica y esclarecedora, difundió nociones fundamentales relacionadas con temas constitucionales, legales e institucionales que preocupaban a la ciudadanía en su momento, de la cuales ejerció una cátedra pública de doctrina que prestó un valiosos servicio al esclarecimiento y desarrollo de la cultura cívica de nuestro medio. Sus notas y artículos de actualidad sobre estos temas que dominaba y exponía con claridad de maestro y fervor de habitante de su tiempo, configuran una cantera de doctrina que bien merecen el homenaje y una recopilación que los ponga a cubierto de la existencia, de la dispersión y del olvido.

En el ámbito jurídico, el Dr. Francisco Magín Ferrer fue honrado en vida con muchos y merecidos reconocimientos y respetos, del foro local y de los claustros académicos. En 1992, la conocida civilista Josefa Méndez Costa propició su incorporación como miembro integrante del Instituto de Derecho Privado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Litoral.

En oportunidad de cumplir sus 90 años de edad, un selecto panel de colegas y amigos se congregó en la Casa del Foro de nuestra ciudad para exaltar sus virtudes y méritos; homenaje que culminó en una nutrida mesa tendida en el histórico Club de Orden, para poner broche final a tan justiciera ofrenda a este ilustre vecino de Santa Fe.

Francisco Magín Ferrer fue asimismo, un calificado cultor de la historia judicial y tribunalicia de este medio, como también de la notable tradición constitucional que honra a esta ciudad de las convenciones. Así, en 1983, en una separata editada por la Universidad Nacional del Litoral, titulada "Jueces santafesinos y garantías constitucionales" enhebró sus lecturas y sus recuerdos personales, recordando cómo de una inicial inclinación a las ciencias naturales derivó luego al observatorio de miserias y vanidades que es la redacción de un diario, en su caso "Nueva Época", al que ingresó en sus tiempos de juventud y cambió la anatomía por estudio del "Corpus Juris" esa biblia del derecho como la definió Enrique Heine con espíritu burlón. Recuerda como en sus comienzos en la tarea judicial, al preparar los expedientes para el archivo, se solazaba en la lectura de los dramas humanos que los procesos recogen, y pasó revista a relevantes figuras de la magistratura santafesina, desde el juez Horacio Rodríguez, jurista y a la vez poeta inspirado, hasta Moisés Soriano, magistrado apegado a severas normas morales que reaccionaba con aspereza frente a la iniquidad y la impostura y desfilaban luego calificadas y ejemplares figuras de la judicatura local, como Justo Cabal, Manuel Giménez y Zenón Martínez, un gran magistrado hoy escasamente recordado en nuestra ciudad, añorando la costumbre adoptada en el barrio porteño de Palermo, en donde le llamó la atención un par de placas que rendían homenaje al juez Tedín y al juez Estrada, y exhortando a la exaltación pública de quienes no fueron generales, políticos o literatos, sino que en el silencio y la modestia de sus despachos sirvieron al país velando por el imperio de la ley en el orden social. Asimismo, en otra de sus obras de recomendable lectura y encomiablemente prologada por el destacado escritor local Jorge Hernández titulada "Al margen de los hechos y seis semblanzas de santafesinos ilustres" reseñó las vicisitudes de nuestra historia constitucional y de relevantes persona-lidades locales de su tiempo: Luciano Molinas, Agustín Zapata Go llan, Domingo Buonocore, Eugenio Wade, Leoncio Gianello y Luis Di Filippo, este último fallecido hace poco tiempo. Comentando esa obra, se dijo, transcribiendo a Don Gregorio Marañón, que Ferrer poseyó ese conocimiento de la vida cotidiana que, a la larga, es el que define a las épocas, más que las efemérides aparatosas.

Magín Ferrer, maestro, estudioso, cultor del derecho y servidor de la Justicia, se ha incorporado ya a la galería de santafesinos ilustres que él mismo describió con su prosa elegante y culta, de sólidos fundamentos y amena lectura. Fue protagonista intenso de su época en nuestro medio, y testigo calificado de la vida institucional argentina, merecedor de los reconocimientos que se le brindaron en vida y continúan recordando su fecunda y destacada trayectoria. Maestro por antonomasia, con la humildad que distingue a quienes lo son, sin vanidosas ostentaciones, fue un ciudadano valiente que nunca dejo de estar presente en la cultura diaria, esclareciendo a la opinión pública sobre los temas en los cuales, además de una elevada docencia, ejercitó con firmeza inclaudicable las defensas de los valores fundamentales de la vida comunitaria: la libertad, la justicia, el respeto a la constitución y a la ley, la preservación de los derechos humanos. En suma, Magín Ferrer, fue un eximio abogado y un ejemplar ciudadano.

Horacio D Caillet-BoisDante

A las personas que dejan tras de sí una obra intelectual puede conocérselas de dos maneras: una es por medio de su obra, leyéndola, o conociendo hechos; la otra es el conocimiento personal. A veces esas dos personas, la que refleja su obra y la que conocemos físicamente, pueden ser muy distintas, como en el caso del Dr. Agustín Zapata Gollán, de quien el lector de sus obras no podrá, seguramente, adivinar el caudal de ingenio, desenfado y humor que derrochaba en su trato.

Del mismo modo a través de la obra escrita del Dr. Ferrer se puede conocer su versación, su juicio certero y ecuánime, la vastedad y solidez de su ilustración humanística, su profundo amor por la justicia. En cambio en el conocimiento personal se revelaban las virtudes de su carácter y de su espíritu, que yo apreciaba y admiraba sin reservas.

Fue siempre generoso y comprensivo. Nunca conmovió su ánimo la pasión o el enojo, que cambió siempre por una fina y benévola ironía, como quien ve las cosas desde el plano de un espíritu superior.

La afabilidad de su trato era otro de sus rasgos; su carácter fino y bondadoso y la fuente inagotable de su conversación, donde brillaban sus conocimientos con sencilla claridad, al amparo de una extraordinaria memoria, en hechos, episodios, observaciones siempre penetrantes y reveladores y a menudo teñidos de un humor sutil.

Éstas y muchas otras facetas de la personalidad del Dr. Ferrer quedan atesoradas solamente en el recuerdo de quienes lo conocimos. En parte pueden prolongarse en evocaciones y semblanzas, pero nunca la palabra escrita podrá sustituir a esa recóndita magia del conocimiento personal.

Mi relación con el Dr. Ferrer viene de las memorables tertulias del Museo Etnográfico donde el Dr. Zapata Gollan, su Director, recibía todas las tardes a un grupo de amigos, todas distinguidas personalidades. La asistencia a ellas del Dr. Ferrer era casi cotidiana, y puedo decir que el anfitrión lo esperaba impaciente para interrogarlo sobre las novedades y análisis del complicado acontecer político de esos tiempos a fin de escuchar los siempre certeros y bien informados comentarios del Dr. Ferrer.

Luego lo acompañé como secretario cuando fue Presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana, período en el que creo haberle sido útil como auxiliar y en el que logramos publicar una pequeña colección de poesías sobre la figura sanmartiniana, lo cual no era poca cosa para una institución puramente evocativa y cultural.

Después vinieron épocas difíciles. En 1986 fallece el Dr. Agustín Zapata Gollan y sus amigos se aprestan a defender su extraordinaria obra, corporizada en Santa Fe la Vieja y el Museo Etnográfico, porque es sabido el peligro que representa la política, siempre presente en los actos de todo gobierno, cuando invade el ámbito de la cultura.

Lograron, pues, los amigos que el gobierno designara al Dr. Ferrer como Director provisorio del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, instituto que es el custodio y administrador y continuador de la obra histórico-arqueológica del Dr. Zapata Gollán.

Cuando el Dr. Magín Ferrer aceptó ese cargo estaba tributando un insigne servicio a la cultura de Santa Fe, y al mismo tiempo daba prueba una vez más de su noble generosidad.

El cargo lo apartaba de su vida retirada, de sus labores intelectuales propias, de la serenidad propicia a la meditación y el estudio, para sumergirlo en un ajetreo administrativo donde la obra grande debía ser constantemente defendida en medio de la mezquindad y la mediocridad. Su inteligencia y amplitud de espíritu ayudaron al Dr. Ferrer a sobrellevar no pocos sinsabores en aquellos momentos.

La historia, sin embargo, tuvo un final feliz cuando fue designado Director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales el arquitecto Luis María Calvo, su actual titular, quien desde entonces ha cumplido una extraordinaria labor no solamente conservando sino además aumentando y enriqueciendo notablemente con servicios modernos e importantes investigaciones el precioso legado cultural que le fuera confiado.

"Actuó en una época enconada y tumultuosa, pero su ánimo afable y comprensivo, como su conocimiento y sentido de las cosas divinas y humanas le permitió huir de las mezquindades terrenas y juzgar a sus semejantes con serena ecuanimidad." Transcribo estas palabras que el Dr. Ferrer escribió en su semblanza del Dr. Zenón Martínez, porque para mí resultan un acabado y cumplido autorretrato.

Tuvo, en efecto, que vivir y actuar en tiempos "enconados y tumultuosos", pero jamás fue pesimista sobre nuestro destino colectivo. Añoraba, éso sí, las épocas de hombres públicos probos y esclarecidos y lo entristecía asistir a una decadencia de la sociedad cuya magna víctima era la Justicia. "Hace poco caminaba por un barrio soledoso de Buenos Aires -escribe el Dr. Ferrer- próximo a imponentes avenidas y cruzado por calles arboladas y silenciosas con magníficos edificios. Palermo Chico es un retiro plácido y tranquilo dentro de la ciudad turbulenta y grandiosa. Me llamó la atención leer dos placas que dan nombres a esa calles: "Juez Tedín" y "Juez Estrada".

Francamente entre nosotros no es frecuente la consagración pública de los que no fueron generales o gobernantes. Conviene, sin embargo, detenerse a reflexionar sobre la trascendencia de la obra realizada por esos verdaderos centinelas del orden social".

El Dr. Ferrer menciona en ese párrafo a los jueces, pero yo quisiera referir estas palabras a algunos hombres de letras y de pensamiento que han dado a nuestra ciudad el único brillo que no se empaña jamás: el de la inteligencia, y a los que Santa Fe debe homenaje a perpetuidad.

Entre ellos está el Dr. Francisco Magín Ferrer, "maestro de humanismo", citando palabras suyas, y, agrego yo varón ejemplar.

Jorge Reynoso Aldao

Pienso que esta forma de manifestación cultural, que llamamos panel o mesa redonda en torno a una personalidad inolvidable, es algo así como un brote de biografía.

Por lo que me parece oportuno recordar ahora a Marcel Schwob, quien dejó escrito en sus inefables "Vidas imaginarias" que el arte de la biografía consiste en la selección. O sea: entre el cúmulo de rasgos que conforman la persona, es necesario seleccionar con sumo cuidado y rigor aquellas facciones del espíritu que mejor lo retratan.

Por lo general esa selección es harto dificultosa y en caso de nuestro inolvidable de hoy, que se llamó Francisco Magín Ferrer, esto de hallar un solo rasgo definitorio se nos vuelve difícil. Porque bajo el aspecto de solidez unitiva que presentaba a primera vista: la de juez, jurisconsulto, profesor universitario, ensayista de corte periodístico, se podían detectar esa inquietudes del alma que definen a los espíritus polifacéticos. Porque estaba dotado de una inteligencia penetrante y sutil, formada e informada en los avatares de todos los tiempos históricos; que, a la vez, nos alentaba a la charla vecinal con su irrenunciable talante de santafesino del barrio sur.

Nuestra Santa Fe fue el balcón al que quiso asomarse para disfrutar el paisaje humano y analizar el pensar y el sentir de las épocas que supo aquilatar en su trayectoria vital.

A mi modo de ver, el rasgo más elocuente de su personalidad era el de lector, de lector infatigable y siempre al día. consideraba que la lectura cotidiana de los diarios era una ineludible aproximación al acontecer universal, nacional y comarcano. No podía comprender que la gente que confiesa leer y escribir de corrido, no se asomara día tras día a las páginas de los diarios y periódicos. No concebía la gente desinformada. Y por supuesto también frecuentaba en los últimos años los programas y espacios de la pantalla chica que llevan al seno del hogar los sucesos políticos, sociales, económicos y deportivos de nuestros días.

Todo ésto porque Ferrer compartía con Ortega aquello de que la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa; como ciudadanos del mundo, como americanos del sur y como provincianos que estamos enclavados en esta tierras litorales bien afirmados en el terreno que nos vio nacer, pero con los brazos tendidos hacia la estrella más lejana. Tal cual lo patentiza el milenario mito de Anteo.

En este sentido, he seleccionado una frase que dijo Magín Ferrer, una lejana tarde de mayo de 1980, al presentar en el Museo de Bellas Artes "Rosa Galisteo de Rodríguez" una nueva edición de "Los precursores" de Agustín Zapata Gollan: "En rigor, la naturaleza y la geografía acabaron por imponerse sobre el error de las arbitrariedades de Irala, subrayando esta feraz cornucopia que ahora el territorio de los argentinos".

En esa misma ocasión, recordó a Zapata en tiempos de la Reforma Universitaria, con sus dibujos y crónicas humorísticas en una hojita volandera titulada "Unión Universitaria"; y también como periodista y caricaturista en las páginas de "Nueva Época", junto a Carranza, Mateo Booz, Caillet-Bois, Martínez Zuviría (que ya firmaba Hugo Wast); y más tarde con el mismo estilo en el diario "El Orden".

A esa bohemia aseada, elegante y escéptica -que alternaba las redacciones con las tertulias de café y los saraos en el Club del Orden- se incorporó bien pronto el bachiller de la Inmaculada, con algunos años menos que aquellos personajes santafesinos; aquel joven Ferrer que ya estudiaba derecho y se aplicaba como escribiente de juzgado, en los viejos tribunales de 9 de Julio y Moreno; ese muchacho que recién pisaba el primer peldaño de una carrera de magistrado que culminarían presidiendo el Poder Judicial de la provincia.

Al evocarlo como partícipe juvenil de aquella bohemia divertida, de traje y sombrero, quiero remarcar que tras su paso por las aulas jesuitas, en las que fue iniciado en la literatura española por las clases escenificadas del legendario Padre Marzal, Magín Ferrer devoró insaciable las páginas de Azorín, Benavente, Pío Baroja, Pérez Galdós, los de la llamada Generación del 98; en tanto también incur-sionaba con avidez en las arduas traducciones chilenas de Dostoyewski y de todos los nebulosos y atormentados escritores de la Rusia zarista.

Sin dejar por cierto que en la mesa de luz convivieron Eugenio d´Ors, Ganivet, Zorrilla de San Martín, Valle Inclán, pero por sobre todos Anatole France, cuyo escepticismo francés y liberal ganaría su admiración de por vida.

Francisco Magín Ferrer era un apasionado lector, sin duda. Y sin duda pensó con Montaigne que "el libro es el mejor alimento que he encontrado en este viaje sobre la tierra".

En nuestras tertulias de este Museo Etnográfico, en aquellos atardeceres prolongados que nos duraron más de 20 años; en esas reuniones no tomábamos ni agua, porque los ordenanzas ya se habían ido y a ninguno de los contertulios se le ocurría interrumpir la charla de Zapata sobre Jacobo de Varágine, los portulanos, la magia y la medicina medieval o la disparidad de las leguas de las navegantes y los caminantes ("que en el mundo somos tantes"), según un estribillo de marineros rescatado por Zapata.

En esas reuniones de calma provinciana y sinceras inquietudes intelectuales, varias veces escuché de labios de Magín aquello de Cervantes, en la 2da. parte del Quijote:


"NO HAY LIBRO TAN MALO, DIJO EL BACHILLER; NO HAY LIBRO TAN MALO QUE NO TENGA ALGO BUENO"

Esa pasión por la lectura, ese amor por los libros hicieron de nuestro amigo inolvidable un contemporáneo de todos los hombres y un curioso intérprete de todos los tiempos históricos. Y así fue que cuando viajó a Europa, ya sabía de antemano lo que quería ver, compartiendo con la España profunda el recuerdo de sus padres y abuelos y el repertorio de vivencias anticipadas en las páginas de Baroja o durante su amistad ambulatoria con aquel español talentoso e informado que fue el calígrafo de la Vega, con quien intercambiaban libros y lecturas.

Ferrer amaba la palabra viva que los escritores trasiegan en sus libros; apreciaba la inteligencia y tenía fino sentido del humor. Así supimos valorarlo también en las reuniones mañaneras del café Doria, en la mesa fundada por Luis Di Filippo, que después fuimos prolongando en los años de retiro del fundador de "Gaceta Literaria", a quien visitamos con Magín casi todos los domingos de los últimos años.

Francisco Magín Ferrer fue nuestro personaje inolvidable; porque supo también ajustar su vida al consejo de Quevedo: "HACER LO QUE SE PIENSA Y SENTIR LO QUE SE HACE"



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