DOMÉNICO ZIPOLI LOS JESUITAS Y LA MÚSICA
EN EL PERÍODO HISPÁNICO (*)
Hípolito Guillermo Bolcato

Hace unos años Rafael D'Auría nos recordaba que "un musicólogo prestigioso de paso por Buenos Aires expresó: "En las maravillosas serranías cordobesas fallecieron dos glorias de la música universal: Manuel de Falla y Doménico Zípoli, en Altagracia y Santa Catalina respectivamente".

¿Quién no oyó hablar del primero? ¿Qué turista visitando la villa serrana no se ha detenido ante el monumento que perpetúa la memoria venerada del ilustre hispano? En cambio ¿qué recuerda a Zípoli? ¿Quién conoce algo de su vida, pura y bella como su música?

Esto hizo escribir al maestro Víctor de Rubertis: "Córdoba honra a Manuel de Falla y olvida a Zipoli" afirmando además que era "uno de los más importantes y geniales músicos del siglo XVIII".

A las 7 de la tarde del 16 de octubre de 1688, en los suburbios de la ciudad de Prato, Eugenia Varrocchi, esposa de Sabatino Zipoli, daba a luz un niño que fue bautizado en la Catedral al día siguiente, bajo el nombre de Domenico (el mismo día 17 de octubre, conforme al calendario moderno según observa Curt Lange). Era hijo de familia muy pobre, y lo precedieron varios hermanos y hermanas. El Stato di anime de 1688 muestra que la familia se componía de once personas, cuatro de las cuales eran hijos, y entre los que aún faltaba Domenico. Su padre Sabatino fue labriego, y se hallaba a cargo de una fracción de la familia Nardini, de gran solvencia económica. Su hermano mayor, Giovanbattista, fue profesor de humanidades, poeta y literato muy conceptuado; tomó hábito en 1708 y falleció joven. Su hermano menor Anton Francesco, también abrazó la carrera eclesiástica en 1720. No se sabe si la decisión de ambos obedecía a la extrema pobreza de la familia o si fue vocacional.

Consta la confirmación de Domenico en la catedral, el 3 de mayo de 1699. Concurrió a la escuela pública de la Catedral, cuyo maestro de capilla tenía por obligación escoger niños musicalmente dotados, para darles formación gratuita. Domenico debe de haber iniciado sus estudios musicales desde temprana edad en una ciudad que contaba con prestigiosos organistas y maestros de capilla, distinguiéndose además Prato por la notable vocación artística y literaria de sus habiantes, habiendo siendo cuna de famosos organeros.

Prato era en ese entonces una plaza fortificada con muralla y ciudadela levantadas en el siglo XIV; pertenecía al Gran Ducado de Toscana y se situaba al noroeste de Florencia a unos 17 kilómetros de esta ciudad. El Gran Ducado se hallaba a la sazón gobernado por un Médicis, Cosme III, que había ascendido al trono en 1670 y que falleció después de un largo y tranquilo reinado en 1723.

En la Alta Edad Media, Prato había sido una república independiente. Los españoles la habían saqueado en 1512 y los florentinos la sometieron y absorbieron en 1553. En algunos templos pratenses Della Robbia había dejado huellas ponderables de su genio plástico. La industria antigua y aún actual era la de los tejidos de lana y la de la manufactura del hierro y cobre. Debían albergar en esa época unos 3000 habitantes.

Prato entonces era pequeña. Es el puesto del Bogo del campo de los Nardini que su padre atiende. Es la puerta del Serraglio que atravesaba siempre y el Duomo donde ha aprendido Zipoli música. Es también ese órgano de Santo Domingo que excitaba su fantasía y que algún día pulsará.

Era Prato heredera de la trimilenaria Etruria. Cuando Roma no había aún nacido, eran ya los etruscos poseedores de avanzada cultura, y sus naves intrépidas recorrían las costas itálicas. Sus joyas, vasos y urnas funerarias, que los arqueólogos van desterrando, hablan de sus gustos refinados y los muestra como amantes de la belleza en todas sus formas . Como si fuera privilegio de sus colinas, en la Toscana se hizo la luz del Renacimiento. Allí nacieron Dante, Miguel Angel, Petrarca, Leonardo, Galileo, San -Francisco y otros genios cuyos nombres inmortales, para reverenciarlos dignamente, "habría que quitarse el cráneo en vez del sombrero" como escribió Blasco Ibañez, en la cima de la admiración.

Las tradiciones musicales de Prato se remontan a épocas lejanas. En la antigua república, y en la posterior ciudad del Gran Ducado de la Toscana, la música instrumental y el canto eran cultivados en las iglesias y academias, en los palacios y escuelas públicas. A la par de las artes figurativas y de la arquitectura, fueron ellas las expresiones de sensibilidad y cultura singulares. A pocos kilómetros de Prato, en Arezzo, también etrusca, nació el padre de la música moderna, el monje benedictino Guido D`Arezzo, creador de las notas y claves musicales. En el Renacimiento ya contaba con destacados compositores e instrumentistas y una legión de expertos fabricantes de órganos.

En el período barroco, la música expresó lo mejor de la vida artística pratense, con las actividades de la academias ligadas a las familias florentinas de los Salvattis y los Bardi. Frecuentaban éstas Giulio Caccini, cantante de la corte de los Médeci, que tanto contribuyó a la creación de los dramas líricos, y Vincenzo Galilei, padre del físico y astrónomo. Débense a Vincenzo Galilei las primeras monodias en cuyo estilo musicalizó el canto de Ugolino.

El sacerdote Pedro Lozano que viajó y convivió con Zipoli, dejó escrito que había nacido en "Prato de Etruria" y no en Nola del reino de Nápoles como hasta hace unas décadas se había creído. El distinguido musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán nos confirma esto luego de realizar un prolijo estudio de documentos jesuíticos de la Argentina, muchos de los cuales hállanse en el Archivo de Estado de Münich, Alemania.

Su generación era la de Vivaldi, Geminiani, Telemann, Rameau, Durante, J. S. Bach, Haendel, y Domenico Scarlatti y Benedetto Marcello.

Inicia sus estudios musicales en Prato con Giovanni Battista Bacatelli maestro de capilla y organista del Duomo y ha de considerarse a éste como su primer verdadero maestro.

El 20 de septiembre de 1707 se marcha de su pueblo natal. El Gran Duque Cosme III le ha concedido una beca para estudiar en Florencia como "maestro de capella" y organista.

Quiere el mundo y quiere la música que ha aprendido en Prato, pero las oportunidades para la madurez están afuera. Es que Florencia es un camino para el mundo, diría casi el mundo y la música un camino para el cielo, diría casi el cielo. Giovanni Maria Casini es su maestro en Santa María del Fiore. También fue de alguna manera su protector, porque en la Cuaresma de 1708, apenas con diecinueve años de edad, Zipoli contribuyo con un aria en el oratorio Sara in Egitto, en el que participaron en total 24 compositores contemporáneos de Italia, algunos de mucha fama como Alessandro Scarlatti y el propio Casini.

El año de Florencia ha sido intenso; es el clima del Ducado que parece llevar toda perfección a su término. Pero el estilo de Frescobaldi se ha apoderado demasiado de él. Busca otro maestro, otra escuela, otro ambiente. Alejarse de Florencia es como perder todo el cuadro de referencias para un toscano, una aventura en el vacío, pero la música se llama ahora Alessandro Scarlatti y debe ir a Nápoles. Sorprendido Casini del poco común talento de su discípulo, lo presentó al Gran Duque quien dispuso enviarlo a Nápoles (1708) a estudiar con Scarlatti. No contaba aún con 18 años de edad cuando se asomó en Nola al mundo musical napolitano, en el que brillaba el arte excelso de Durante, Porpora, Pergolesi y otros no menos grandes. Scarlatti lo acepta como es, pero faltan afinidades de carácter. El diálogo se vuelve trivial y el vacío no alcanza a ser colmado con las buenas intenciones.

A los 21 años Domenico se hallaba en Bolonia y recibía allí las lecciones de Lavinio Vanucci, monje de San Barbaziano, un excelente teórico, autor del libro "Regole da Sonare, e Cantare, e Comporre e Transportare per li Principianti" conservado hasta hoy en copia manuscrita en la biblioteca musical que perteneció a Giambattista Martini, Maestro de Mozart.

De regreso a Florencia asombró a sus viejos maestros y al mecenas, quien maravillado lo recomendó personalmente al notable maestro Pasquini. Era éste uno de los precursores del estilo galante, heredero espiritual de Frescobaldi. Zipoli estudia con estusiasmo y comienza a hacerce conocer y apreciar en Roma como organista y compositor. En breve aprendizaje con Pasquini pues éste muere en 1710, completa su formación musical.

En tanto Domenico compone su primer oratorio, "San Antonio de Padua" a los 24 años, siendo estrenado en la iglesia de Santa María in Vallicella en 1712 en tiempo de Cuaresma del cual sólo se conoce el libreto.

Asicateado por este éxito inicial, escribió un segundo oratorio "Santa Caterina, Vergine e Martire" con texto literario, que es lo único que se conserva en la Biblioteca Vittorio Emmanuelle II de Roma, de Grapelli y estrenado en 1714 en el Domingo de Ramos en la iglesia de San Girolamo della Caritá, conquistando el aplauso del exigente público y crítica romanos. Según algunos, documentos jesuíticos indican que en 1716 da a conocer un pequeño tratado "Principia seu Elementa at bene pusandum Organum et Cimbalum".


SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA

Un hecho digno de ser destacado es la incidencia de Santa Catalina en la vida del pratés ilustre.

La primera música que presentó Zipoli al exigente público romano, después de "San Antonio", fue el oratorio "Santa Caterine vergine e martire". Contrariamente a lo que pueda suponerse, esta santa no es la famosa monja de Siena que convenció a Gregorio XI a abandonar a Aviñon para regresar a Roma. La célebre dominica, patrona de Italia, que se halla sepultada en la Basílica Santa María Minerva, de Roma, en nada influyó en el músico de Prato, aunque por muchas razones cronológicas y geográficas debió haber sido lo contrario. Santa Catalina de Siena nació a escasos 90 kilómetros de Prato en pleno Renacimiento, era, por lo tanto, tan toscana como Zipoli.

Tampoco influyeron las santas de ese nombre, de Génova, Bolonia o Suecia.

El oratorio Zipoliano "Santa Caterina vergine e martire" fue dedicado a Catalina de Alejandría, Egipto, que vivió entre los siglos III y IV de nuestra era.

La existencia admirable de esta santa, inspiró a los más famosos pintores del renacimiento obras maestras como por ej. los "desporios místicos de Santa Catalina", inmortalizados por los pinceles de Correggio, Tiziano, Bernardo Luini y Filipo Lippi.



No es aventurado afirmar que la visión de estas pinturas, y el conocimiento de la vida de esta hija de Costo, rey de Cilicia y nieta de príncipe samaritano, han incidido fuertemente en el espíritu del sensible pratés, llevándolo a los más grandes sacrificios para difundir la fe cristiana en el Nuevo Mundo.

Catalina enrostró al emperador Maximino II el culto de los falsos dioses. Lo hizo con tanta valentía que el monarca, turbado, la puso frente a sus mas esclarecidos hombres de ciencia. A las pocas horas éstos habían cedido ante la joven princesa. Irritado Maximiliano II ordenó encender, en una plaza una gran hoguera, a la que arrojó a los desgraciados filósofos. Catalina, luego de ser azotada, fue encerrada en la cárcel. Días después la esposa del emperador, Constancia, deseosa de salvarla, acompañada de su edecán Porfirio, fue a prisión. Pero la elocuencia arrebatadora de la prisionera ganó para la causa cristiana a éstos y a los soldados de la escolta. El enfurecido emperador hizo degollar a la emperatriz, al edecán, a los soldados y por último a Catalina, después de someterla a terribles martirios. A partir de la Edad Media mas de 30 gremios la erigieron su patrona. Creyeron tener derecho a su protección los filósofos, intelectuales, estudiantes y luego los abogados, a causa de la profunda ilustración que poseía la joven egipcia.

Se afirma que Juana de Arco fue a la hoguera invocando a Santa Catalina de Alejandría, de la que era devota.

La reducción fundada por los jesuitas a corta distancia de Jesús María, lleva el nombre de esta santa. La estancia comprada por los jesuitas a Luis Frassón, en 1622, se llamaba "Santa Catalina". Una vieja campana, de las tres que tenía la iglesia, en ella conservada, lleva en la orla grabada la leyenda: "Santa Catalina virgen y mártir". De las Catalinas santas sólo la de Alejandría es virgen y mártir y precisamente allí murió Zipoli, el 2 de enero de 1726.

Famoso ya en Roma y fuera de ella, la más importante iglesia jesuítica de la ciudad de los papas, la iglesia del Giesú lo nombró organista y maestro de capilla. Dicho cargo representaba la máxima aspiración de los músicos de la época, al que sólo llegaban unos pocos tras duras pruebas.

La citada "Chiesa del Giesú" es la iglesia madre de los jesuitas, en Roma: inició su construcción, en 1568, Giacomo Barozzi , llamado el Vignola por su lugar de origen. Este famoso arquitecto sucedió a Miguel Angel en los trabajos de la Basílica de San Pedro de Roma. En la Iglesia de Jesús, el prototipo de los templos de la Reforma Católica y su construcción la prosiguió Giacomo della Porta. Se trata, de un notable ejemplo del seiscientos romano, rico en mármoles, bronces y estucos.

En ella yace el cuerpo de San Ignacio de Loyola, bajo su altar mayor, trabajo éste de Fray Andrea Pozzo y el globo que lo remata es la mayor masa de lapis lázuli que se conoce. La estatua del santo, originariamente de plata pura, fue fundida para que Pío VI pudiese pagar a Napoleón la indemnización de guerra, estipulada en el tratado de Tolentino, en 1797.

En época de Zipoli esta iglesia poseía un órgano fabricado por el flamenco G. Hermans, el cual, al decir del eximio organista y musicólogo de nuestros días, doctor Luigi Ferdinando Tagliavini, contaba con recursos sonoros, ricos y variados.

En Roma frecuentó Zipoli la casa de Maria Teresa Mayorga Renzi Strozzi, princesa de Forano, que había establecido un centro de reunión de los altos círculos intelectuales y artísticos, entre cuyos concurrentes se encontraban también los compositores de mayor fama. Tanto la madre de María Teresa Strozzi, marquesa Ottavia di Scipione Renzi, como ella, pertenecían a la Arcadia Romana, en su condición de poetisas y literatas.



Muy a comienzos de enero de 1916 salió a circulación el cuaderno compuesto por Zipoli contando 28 años, en la plenitud de su carrera musical, y dedicado a la princesa de Forana, su protectora y probablemente su alumna en el clave, titulado "Sonate d`intavolatura per organo e cimbalo", según el estilo del ferrarés Frescobaldi. Esta composición lleva su firma y el agregado "Organista della Chiesa del Giesú di Roma", mención probatoria de la importancia asignada al título. Esta sonata lo coloca definitivamente entre los músicos reconocidos y que cuentan.

Tagliavini, que registró para la RCA italiana, las "Sonate…" escribió al respecto: "Es una página en la cual la gracia melódica plasticidad del armazón armónico, variedad y creciente interés del juego rítmico, se funden felizmente y constituyen un interesante paralelo con las variaciones de sus coetáneos Haendel, y del "Aria variata alla maniera italiana" de Juan S. Bach".

Con razón dijo Vicent d`Indy, en su admirable curso de composición musical, al estudiar las obras de Zipoli, en el capítulo dedicado a la Suite: "Fue uno de los mejores maestros italianos, desde el punto de vista de la musicalidad y de la elegancia de la escritura; sus cualidades de contrapuntista podrían ligarlo a la filiación de Frescobaldi, Pachelbel, Bach".

"A nivel de sus coetáneos más eminetes, Vivaldi, los Scarlatti, Rameau, Couperín, J. S. Bach , Haendel, el perfil de Domenico Zipoli, se recorta con extraordinaria nitidez, casi diríamos con firmeza. Y eso que sus Sonatas son cristalizaciones juveniles. Pero tiene la fuerza, la originalidad y, consecuentemente, la sabrosa aspereza de la "fructa temprana", como diría el Marqués de Santillana, de un músico de excepcional linaje. Su obra se yergue, sin desmedro, entre la de los grandes de su tiempo.

La obra de Zipoli se halla inserta en la línea del "Barroco tardío", el "later Baroque", como le llama Bukofzer, pero en algunos compositores eminentes, el Barroco Medio y aún el Antiguo siguen predominando. Frente a las escrituras armónicas y contrapuntísticas de estos últimos barrocos, henchidos de múltiples líneas entrecruzadas, a veces agobiantes, la textura de la música de Zipoli es nítida y transparente. Espíritu audazmente moderno, su música se halla acorde con un concepto de serenidad clásica y encuentra en la delgada sencillez de sus líneas, su total acabamiento. Tiene todavía, a su alrededor, todo el tumultuoso mundo del Barroco, donde se le brindan todas las posibilidades, pero èl selecciona unos pocos medios técnicos para expresarse. Pero la selección es rigurosa y la combinación de esos materiales se halla dictada por leyes originales, privativas y no transferibles. Todo ello, desde luego, misteriosamente dictado: "La música es un cálculo secreto, que hace al alma, pero sin saberlo", decía Leibnitz, en 1712. Al fin de cuentas, crear en arte es seleccionar y combinar, es decir "poner en su quicio", ese mundo tumultuoso de posibilidades. Por algo al músico creador se le llama "compositor", esto es, el que pone en orden el mar del sonido".


LA VOCACIÓN RELIGIOSA

Pensar en un eventual conflicto sentimental entre Zipoli y la princesa de Forano, dama de la aristocracia romana, que hubiese precipitado su decisión de entrar en la Compañía de Jesús, parece inadmisible. Por el contrario, durante su actuación en la Chiesa del Gesú encontró un ambiente muy favorable para su indiscutible propensión hacia la religión, y no debe de extrañarnos que los enormes éxitos en la propagación de la fe en la llamada provincia del Paraguay lo hayan inducido a enrolarse en las filas misioneras. Era el tercer varón de la familia que abrazó el celibato. Llama de todas maneras la atención el hecho de que Zipoli no esperó siquiera el resultado de la difusión de sus Sonatas d'intavolatura, dado que éstas aparecieron teóricamente en enero de 1716 y que a más tardar a fines de mayo emprendiese el viaje decisivo del que no habrías de retornar. La decisión de Zipoli obedeció a convicciones íntimas, por tanto indescifrables, su intención debe de haber sido, precisamente, la de servir a Dios, a través de la alabanza musical de los indígenas conversos.

De su producción realizada hasta 1716, además de las Sonatas, apenas se salvaron dos obras profanas: una sonata para violín y contínuo, y la cantata para soprano contínuo "Dell' offese a vendicarmi", sobre hermoso texto dramático que podría ser atribuído a María Teresa Strozzi o a la madre de ésta. Las dos obras se hallan en las bibliotecas de Marburgo y de Dresden, respectivamente, y fueron revisadas y vertidas en notación moderna por Curt Lange.

En estos años, en realidad, a descubierto que es capaz de una consagración aún mayor de ordenar lo más íntimo de él a un servicio que no sea exclusivamente el de la música. Bajo las Bóvedas del Gesú cuando improvisa como corresponde aún 'maestro di capella' va encontrándose no sólo con la melodía, sino con el Dios al que la música alaba.

Da el paso decisivo y entre las solicitudes recibidas para pasar a las Indias no ha resultado inadvertida la suya. Su deseo de incorporarse a la Compañía y de misionar en el Río de la Plata es aprobada.

Una carta del Prepósito General de la Compañía de Jesús ratifica su decisión. En ella le manifiesta a Zipoli: "Pero además quiero serte franco. Has llegado a una rara excelencia en la música y también yo creo que el nuevo mundo necesita tus servicios. Pero la música es un producto cultural. Vive de una solidaridad delicada con las otras expresiones del alma y de la inquietud del hombre. Tu música encontrará correspondencia con los templos que allí hemos levantado y todavía construiremos y con otros testimonios del arte. Pero me temo que esa correspondencia sea insuficiente. Puede faltarte el sustento inconsciente de tu inspiración. O mejor, mucho mejor, nacer un nuevo estilo para un Mundo Nuevo".

El pleno fervor creativo y ejecutivo, sensible por naturaleza a la espiritualidad y a la vida meditativa, sintió profunda vocación religiosa, acrecentada por el ambiente en el cual transcurrían sus horas. Ingresa, pues, en el noviciado de la Compañía de Jesús y el 1º de julio de 1716 transfirióselo a Sevilla.


SEVILLA

Está en Sevilla donde se han concentrado todos los que esperan atravesar el océano. Una nueva disciplina lo va introduciendo en la vida de la Compañía. La imaginación está serena pero el corazón agitado.

En tierra española, en tanto que estudia teología compone música y toca el órgano. "Cuando improvisa en la Catedral, para los sevillanos es fiesta grande", escriben los cronistas de la época. En dicha ciudad el famoso organista residió nueve meses, los suficientes para hacerse popular "no sólo a los sevillanos, sino también a los habitantes de otras ciudades, que para escucharlo recorren largas distancias". En la Catedral de Sevilla dice J. Cardiel, le ofrecieron la plaza de maestro de capilla, que no acepto "por entrar en la Compañía de Jesús".

Esta, era una codiciada oferta para otros, pero a principio de mayo de 1717 comienza Zipoli su viaje transoceánico con rumbo a Buenos Aires. Por los registros navieros, sabemos que era de baja estatura y tenía dos pecas en el carrillo izquierdo, y por un documento jesuítico nos consta que sus fuerzas físicas eran muy buenas y aún excelentes.

Los jesuitas del Río de la Plata, reunidos en Córdoba, habían designado a los sacerdotes Batolomé Jimenez y José de Aguirre, para representarlos ante las Cortes de Madrid y Roma y, también, para buscar nuevos misioneros. Cuando Zipoli llegó a Sevilla, en junio de 1716, encontró allí a un buen número de religiosos italianos dispuestos a trasladarse a América, entre los cuales el sacerdote Hipólito Angelita, de Mascerata y los novicios jesuitas Domenico Bandiera, de Siena; Manuel Querini, de Viterbo; Antonio Farulli y Francisco Leoni, de Florencia; Martín Garzoli, de Génova y los romanos Tomás Grafigna , Esteban Pasoli, Carlos Babenensi, José Labizarro, Pablo Calero, Felipe Zerati, Andrés Bianchi y Juan Bautista Prímoli, constructores, los dos últimos, de la famosa Catedral de Córdoba, joya de la arquitectura colonial de América. También figuraban el historiador y archivista Pedro Lozano que contaba a la sazón 20 años, los misioneros Nussdorfer, Asperger y Lizardi, luego mártir. Eran 54 en total los misioneros y para entonces Zipoli frisaba los 28 años. En aquel tiempo la travesía de Europa al Río de la Plata cumplíase en tres meses aproximadamente. Los religiosos que salieron de Cádiz venían en tres embarcaciones y el viaje se desarrolló sin percances hasta la boca del Plata donde una tormenta dejó a la embarcación que transportaba a Zipoli frente a las costas de Maldonado.

La pregunta que habría que hacerse aquí es: ¿Qué disponibilidad tienen los misioneros para adaptar su cultura a la nueva tierra? En los pueblos de las misiones es tanto una transculturación como un diálogo de culturas y sensibilidades. Pero en Córdoba los naturales no ofrecen tanto como un diálogo. La cultura que llega es dominante. En Córdoba es casi única pero desafiada por una nueva realidad. Si la vieja cultura que traen se repite, se habrá sofocado una originalidad. La cuestión será no renegar nada sino buscar nuevas respuestas.

Quince días permaneció en Buenos Aires y en lenta carrera de bueyes partió luego para Córdoba.

Mucho tiempo hacia que los jesuitas se habían afincado en las tierras americanas. En febrero de 1568, en el puerto de Callao piso por primera vez suelo sudamericano un plantel de ocho miembros de la Compañía que recién había obtenido su confirmación canónica como tal. El rey Felipe II a instancias de Francisco de Borja había apoyado el comienzo de esta conquista pacifica del continente lejano y misterioso. El 2 de febrero de 1587 entraron los jesuitas en Córdoba y en 1599 fundaron allí su primero residencia estabilizando de esta manera las misiones volantes que cruzaron en varias oportunidades las regiones circundantes. En 1610 erigieron el Colegio Máximo y a los tres años el Convictorio de San Javier. En 1614 por fin constituyeron la Universidad, refundición de los dos anteriores centros de educación. En 1621 el papa Gregorio XV y el rey Felipe III la elevaron oficialmente a ese rango y en ella se dictaron cursos para novicios indígenas y españoles. Así surgen de sus claustros, bachilleres, licenciados y maestros en arte, bachilleres, licenciados y doctores en teología, etc., tal como se establece en las celebres Ordenaciones del P. Pedro Oñate y en las posteriores Constituciones del P. Rada en 1621. El 29 de junio de 1671 el obispo Guillestegui consagro la iglesia de los jesuitas cuyo órgano 50 años mas tarde tocara Domenico Zipoli.

¿Cuál era el desenvolvimiento del arte musical dentro de los actuales limites de la Argentina cuando Zipoli llega a Córdoba?

En una referencia de una Carta Anual, eran éstas las detalladas que anualmente remitían a Europa los superiores jesuitas de las localidades sudamericanas, del P. Alonso Barzana fechada el 3 de septiembre de 1594, al referirse a los indígenas se anota esto, que constituye una de las lejanas noticias sobre la música en la América Meridional: "Mucha gente de Córdoba es dada a cantar y bailar. Y después de haber trabajado todo el día bailan y cantan en coros la mayor parate de la noche". Los jesuitas al parecer, aprovecharon esta disposiciones vigentes en las culturas etnológicas y convirtieron a los indígenas no sólo en ejecutantes sino también en directores de conjuntos instrumentales como se desprende de la orden dictada por el P. Diego de Torres hacia 1609 que decía: "Cuanto más presto se pudiere, con suavidad y gusto de los indios, se recoja cada mañana sus hijos para aprender la doctrina…leer y cantar. Y si el licenciado Melgarejo hallare cómo les hacer flautas para que aprendan a tañar, se haga: procurando enseñar bien a alguno que sea ya hombre, para que sea maestro".

En Córdoba, en el Colegio Máximo estudio con tenacidad para su sacerdocio pero no abandona la música. Ahora ya no solo cuenta la música, sino también la gente.

Ahora es la bóveda de la Iglesia de la Compañía la que cobija su música, pero el refinamiento de su contrapunto no corresponde a la rusticidad lineal de esta tierra apenas penetrada por el hombre.

El sacerdote jesuita Pedro Lozano escribió: "Zipoli aumento la solemnidad de las fiestas religiosas por la música, con no poco gusto tanto de los españoles como de los neófitos. Grande era la multitud de gente atraída a nuestra iglesia por su deseo de oír en las fiestas esta hermosa música".

José Manuel Peramas dejó escrito: "Algunos sacerdotes, excelentes en aquel arte, enseñaron a cantar a los indios en los pueblos, y a tocar instrumentos sonoros a los negros del Colegio. Pero nadie en esto fue mas ilustre ni más cosas a cabo que Domenico Zipoli, en otros tiempos músico romano, a cuya armonía perfecta nada mas dulce y más elaborado podía oponerse.


LA PERSONALIDAD DE ZIPOLI

Es a través de las investigaciones y estudios de Bernardo Illari, de manera particular en estos últimos años, que podemos tener acceso a un intento de esbozar las características de su personalidad.

Es poco lo que se sabe a ciencia cierta de la personalidad de Zipoli. Como el compositor llamó muy poco la atención de sus contemporáneos, casi no se hallan, en los textos que se refieren a él, indicios concretos de su carácter, o de las vicisitudes que le tocaron en suerte.

Importa señalar que la carrera musical de Zipoli corrió por cauces más religiosos que seculares. Es esto opinión corriente entre los estudiosos. Se mantuvo significativamente apartado del cultivo del principal de los géneros profanos de la época, la opera, pese a que el talento dramático exhibido ha sido significativo. Zipoli aparece como un compositor primordialmente religioso dedicado a la música, a pesar de que hasta que atendió al llamado de lo sagrado fue un músico profesional ante todo.

El que haya pedido la admisión en la provincia ultramarina, y no en la provincia italiana parece indicar que ya tenia plena claridad sobre su futuro. Podemos suponer que el compositor y organista, cuya principal preocupación había sido desarrollar su carrera, tomo la decisión de abandonarlo todo, renuncio a la fama y al honor del mundo, e ingreso en las huestes de Loyola. Es difícil que alguna vez lleguemos a conocer cuales fueron los entretelones de semejante proceder. Tamaña decisión ha de haber sido madurada en silencio durante mucho tiempo, sin que los documentos nos permitan conocer nada de ello, y parece muy razonable suponer que no pretendía continuar su carrera profesional de músico en el nuevo contexto que había elegido para su vida. El religioso que había dentro suyo, pasó al primer plano de su existencia relegando al músico a un rol secundario y subordinado.

Tal vez haya sentido en Córdoba nostalgia o una cierta melancolía producto de la desproporción entre el proyecto y la realidad.

Semanas de estudio y reposo pasa en la estancia jesuítica de Jesús María, con el olor familiar de la bodega, rumor de agua y taller y galope de caballos.

Su inspiración puede vacilar, pero hay algo en esta tierra que la retiene. Hay un estilo nuevo que pugna en el pero no se define. Esta entre un estilo que no lo interpreta ya y otro que el no interpreta todavía. La Misa en Fa Mayor que ha compuesta es quizás la ultima concesión a su estilo.

No ha vuelto a imprimir una obra, pero ha compuesto tal vez lo más apto para los naturales y españoles de estas tierras.

En las Cartas Annuas, redactadas por el padre Pedro Lozano (1720-30) surgen claramente importantísimos aspectos de su temperamento. En la segunda parte de la nota necrológica que hace Lozano escribe: "Estaba dotado de costumbres muy apacibles y por ellas, apreciado por Dios y los hombres, gozaba en todas partes de buena reputacion. Por una observancia muy pura mantenía sus ojos siempre velados, de modo que apenas miraban el rostro de un varón y menos aun el de una mujer. Por una practica distinta del honor, se dice que alcanzo la pureza del ángel. La norma de la obediencia regulaba completamente cada una de sus acciones, no apartándose en lo mas mínimo de los principios de los superiores, de quienes requería la venia para los asuntos más insignificantes. Particularmente entregando a la oración, todo el tiempo que le restaba, a ella se consagraba. Sus compañeros estaban pendientes de sus palabras, mientras hablaba de cosas divinas, y no acostumbraba hablar de otras".

Una insidiosa enfermedad lo acosa. El año de 1725 no le ha dado tregua y las vacaciones en Santa Catalina apenas si lo han aliviado. La iglesia del lugar no desentona con el paisaje, hay una sencillez que se asocia a la elegancia y una cierta majestad sin presunción. Aquí el monte no es el bosque pero la rudeza adquiere una ternura, no la del helecho de la acequia pero sí la de la corzuela.



Quien abandonó la vida cómoda de las ciudades italianas, centros de cultura del mundo de entonces, y dio la espalda a la gloria movido por el profundo deseo de servir a Dios, había finalizado los estudios teologales, pero no vio realizado su propósito de ordenarse sacerdote por la carencia temporaria en Córdoba de obispo que lo consagrara. Llevaba algo mas de ocho años en nuestra ciudad cuando "Consumidos por una maligna enfermedad contagiosa, que lo había molestado durante todo el año, entrego a Dios su alma, plácidamente como había vivido". Era el 2 de enero de 1726. Falleció en la Reducción de Santa Catalina cerca de Jesús Maria, a la que habíase trasladado buscando posiblemente alivio a su mal. Allí recibió sepultura, no se sabe a ciencia cierta sí en el cementerio contiguo a la iglesia o en el interior de esta.

Culmina aquí su vida y se acrecienta su música.





NOTAS

(*) Conferencia del autor en el Museo Etnográfico y Colonial "Juan de Garay", el 24 de julio de 1991.




BIBLIOGRAFIA

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