LA CAPITAL. Rosario, septiembre de 1978

De la miniatura y otras pequeñas cosas

Un gramático español del siglo pasado, don Rafael María Baralt, decía en su "Diccionario de Galicismos" que el verbo "ilustrar", en lenguaje de impresos y aún entre el vulgo, significa adornar un libro con grabados. Y agregaba, que es esta una acepción antigua y castellana.

Una "ilustración" es, por lo tanto, el comentario, la interpretación o aclaración gráfica de un texto.

Sin embargo, aunque es, sin duda, una antigua y castiza acepción del verbo "ilustrar", hubo también otro verbo que expresaba la idea, aunque restringido a la ilustración en colores: "iluminar".

Don Enrique de Villena, decía en su "Arte de Trovar", describiendo las ceremonias de los juegos florales, que los trovadores leían las obras que llevaban a esas famosas justas de la "Gaya Ciencia" y que llevaban "e traíanlas, dice, escriptas en papeles damasquinos de diversos colores, con letras de oro e de plata e iluminaduras preciosas, lo mejor que cada uno podía".

Pero ese arte, genuinamente medieval de colorear las letras y de historiar las iniciales con dibujos en color, inspirados, casi siempre, en los pasajes del mismo escrito y de decorarlo con orlas y viñetas, es también llamado el arte de la miniatura. Porque, precisamente, lo que caracterizaba y distinguía la miniatura era, principalmente, el dibujo coloreado con minio, o sea con el óxido de plomo calcinado hasta darle el mayor grado de oxidación: o del cinabrio que daba también un hermoso color rojo.

El verbo "miniar" dice en su "Diccionario Etimológico "don Felipe Monlau, procede del bajo latín: "miniare", que significa escribir o dibujar con mimo.

Del sustantivo "miniatum", se deriva "miniatura", el dibujo hecho con coloreados se intercalaban en el texto o al margen de los manuscritos, lógicamente, en un espacio muy reducido que obligaba hacer dibujos en pequeña escala, de ahí que las "miniaturas", o sea, los dibujos coloreados con "minio", llevaban también implicitadas la idea de pequeñez que es la que ha prevalecido hasta ahora.


La grisella

Un arquitecto portugués del siglo XVI, que además de escritor fue un excelente iluminador -Francisco de Holanda-, decía que el arte de la miniatura era "muy casto y espiritual y muy apacible a los ojos y que mueve el ánimo a altas consideraciones". Y su padre, Antonio de Holanda, dicen que fue el primer artista que llevó ala perfección un género de miniatura llamado "grisella".

Domínguez Bordona en su "Catálogo de la exposición de Códices Miniados españoles", realizada por la Sociedad Española de Amigos del Arte, en Madrid el año 1929, dice que la "grisella" o pintura en blanco y negro sin otro aditamento o realizada con ligeros toques del colorido natural en las carnaciones de rostros, manos y pies, que tan algo grado de perfección alcanza en pinceles flamencos y franceses, ha sido objeto de ensayos, si no siempre afortunados, a veces originales por parte de miniaturistas españoles".

En la obra "De la pintura antigua "que escribiera el recordado Francisco de Holanda, en la primera mitad del siglo XVI,se encuentra una descripción llena de ingenuidad y de encanto de la llamada "grisella", o iluminación en blanco y negro.

"La iluminación en blanco y prieto, dice Francisco de Holanda, sobre pergamino virgen y toques de oro molido, es la propia y celestial manera de pintura en este mundo y este es mi propio arte: y mi padre, Antonio de Holanda, fue el primero que la hizo en Portugal en perfección y fuera de rusticidad y con mucha suavidad. Más quiere ser esta manera de pintura hecha toda de unos ciertos puntos sutilísimos, los cuales los llamo átomos o niebla, que cubre toda la obra de una manera de velo y humo muy suave y enrarecido, lleno de grande perfección y gracia, y es muy dificultoso de hacer el tal hacer; y parece a algunos que lo pueden hacer o que lo hacen y no lo hacen y están muy lejos de hacerlo; pues a quien la experiencia después de muchos trabajos lo mostró, éste sabe y siente cuán dificultosa cosa es esta invención de pintura de prieto y blanco cubierto de rocío o niebla o velos que dije. Quiérese de ella muy poco, ansi como de todas las cosas raras y excelentes y que son muy extremado y consumadísimo y ha de ser hecha la perfecta iluminación agora sea de blanco y prieto, agora sea de colores, que parezca que no fue hecha con las manos sino que fue hecha del entendimiento y soplado".

Manuscritos españoles hay ilustrados con "grisellas" realizados, algunos, con ciertos toques de verde, azul o rojo.

Según Domínguez Bordona, los matices tristes y sombríos y el empleo de orlas en negro y oro; en negro y gris o en oro y blanco caracteriza los manuscritos españoles; aunque en España se imitó cierto estilo italiano de orlas sobre fondos azules o verdes, con tallos blancos, entrelazados o entrecruzados y animados con figuras de animales o niños desnudos.

Pero donde la miniatura adquiere mayor extensión fue en Francia, aunque, verdaderamente fueron los pinceles flamencos o italianos los que llegaron a mayor perfección.


Los colores

Los miniaturistas medievales se amañaban para obtener los colores extrayéndolos de algunas tierras, como el ocre, o de sustancias orgánicas.

Se preparaba el color negro con hollín, especialmente de sarmientos de parra, o con el hollín de la cera o del aceite. La combustión de huesos de animales o de láminas de plomo tratadas previamente con vinagre fuerte, en recipientes cerrados como el alambique, de los alquimistas, producía el color blanco.

El amarillo se extraía de una sustancia mineral, el oropimente o rejalgar, compuesta de arsénico y azufre, que daba el sulfuro de arsénico, aunque también se lograba el mismo color de algunas sustancias de origen vegetal, como el azafrán.

De los sarmientos de parra de uva negra impregnados en un buen vino y disecados luegos y pulverizados se lograba el color indigo. El celeste se preparaba con el cobalto o con productos vegetales como la alcaparrosa o con el lapizlázuli, un mineral de un hermosísimo color azul; y el color verde con láminas de cobre tratadas con vinagre concentrado.

Así obtenidos los colores, antes de usarlos el artista, se sometían a tres operaciones.

La primera operación consistía en "molturarlo" o molerlo prolijamente.

La segunda operación comprendía el lavaje y disecación del color "molturado" o molido a través de complicados trasvases y purificado luego durante largos días de cuidadosos afanes.

Por último, la tercera operación se cumplía con el tratado a que se sometía el color pulverizado para lograr en definitiva diversas combinaciones o matices cromáticos.

No era menos simple la técnica que debía observarse en la aplicación del color sobre el pergamino y su portrer barnizado.

Con este fin se empleaba un disolvente o vehículo liquido como la clara de huevo rebajada convenientemente con agua; aunque también se empleaba el albayalde, la miel y aun diversas especies de gomas o mucílagos que se usaban asimismo para preparar el barniz.


La alquimia

Pero todo este complicado laboreo huele a laboratorio alquimista con sus jofainas, crisoles, redomas, matracas y alambiques y con los siete grados de la "gran obra", pues, en verdad, los alquimistas con sus puntos ribetes de gnósticos y bajo la misteriosa influencia de los astros que descubrieron astrólogos árabes y judíos, sus herméticas experiencias heredadas de los antiguos griegos y de los sacerdotes egipcios, entre el laboreo de los metales y las aleaciones, la producción artificial de piedras preciosas; el diabólico engendro del "homúnculus" a través de una técnica inquietantemente precursora de la que llevó actualmente al nacimiento de "la niña de la probeta", la búsqueda afanosa de la "piedra filosofal" en el fondo del alambique ideado por la alquimista judía del siglo III después de Cristo, que dejó su nombre en el famoso "baño Maria", que perdura en las recetas de cocina, contribuyeron a la fabricación de los colores empleados por los artistas medievales.

Pero como se decía antes, estas son palabras mayores y harina de otro costal.




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