GACETA LITERARIA. Santa Fe, marzo de 1985

Los huecos

Ahora casi nadie sabe qué eran los "huecos".

Casi nadie, porque todavía andan por ahí, con ese pasito inseguro y claudicante que les lleva, inexorable, ala fosa, como fin y remate de sus afanosos y trajinados días, algunos viejos vecinos que pueden recordarlos, si la esclerosis no les ha arrasado y revuelto y trastocado ese misterioso rincón del almario donde guardamos recuerdos.

El diccionario, ese diccionario que todo escribiente ¡ hay!, debería tener siempre al alcance de la mano, nos da dos sinónimos: cóncavo y vacío. Y algunos diccionarios aclaran: cóncavo, vacío que tiene una cavidad interior. Y en sentido figurado, afectado, mullido, esponjoso.

Pero los "huecos" fueron un lugar entrañable de la antigua geografía urbana. De la antigua geografía santafesina.

Ahora tenemos en la ciudad, para oprobio y vergüenza edilicia, lugares vacíos, desprovistos de toda obra de albañilería, o lo que es peor, con el esqueleto mondo y lirondo de un monobloc. Que la bendita inflación echó al traste las fantasías y los sueños de los buenos burgueses que pusieron en ellos sus ilusiones y que ahora, como si quisieran disimular y excusar su pobreza, lo aislan con un destartalado y precario cerco de tablas.

Sin embargo, los "huecos" tuvieron un encanto que los actuales vecinos, quizás no lo comprendan.

De ordinario el solar había ocupado de antiguo por una honesta vivienda, que los años, como a los hombres, habían destartalado y destruido.

La zona de "huecos" era, especialmente, la del barrio sur; barrio de iglesias y conventos.

Algunas de esas viejas casonas, en tiempos de la colonia, se habían construido con tapias, la tierra apisonado en un artilugio de tablones, semejante al encofrado moderno, y cobijaron y ampararon a gente piadosa, que al ver que les llegaban las postrimerías, las dejaron como "capellanías" de alguna de las congregaciones del barrio, piadosamente disputado por dominicos, franciscanos, mercedarios, jesuitas y clérigos de la iglesia Matriz, para que con su renta permanentemente y hasta la consumación de los siglos, se dijeran misas por el ánima del testador y de sus familiares. Sin embargo, la casa, deshabitada, se había derrumbado y el solar se había convertido en un verdadero oasis: tierra con vegetación en el desierto, según el diccionario. Porque allí, la vegetación crecía como protegida por una bendición.

Había higueras y naranjos sobrevivientes de la antigua huerta, donde en horas de la siesta se oía el lento y monótono cacareo de las gallinas y el estridente canto del gallo. Que entonces se oía como en el poema del Cid, anunciando los albores; el mediodía, la oración de la tarde, y la media noche, la hora en que ocurrían los grandes misterios.

Algún ombú extendía su fronda sobre las ruinas de la vieja vivienda como si quisiera, con la irrefutable evidencia de los hechos, demostrar la verdad del antiguo refrán que afirmaba que la casa con ombú termina siendo tapera, refrendando, como con la firma de un notario, por el palán - palán que crecía triunfante en el tejado en ruina, donde los gatos ariscos celebraban en horas de la noche sus bulliciosos himeneos, entre lentos y quejumbrosos arrumacos y feroces maullidos.

La santarrita y la campanilla extendían su manto de flores sobre los árboles donde tejían su tela arañas, y el Diego de Noche con su suave y dulzón perfume embalsamaba el barrio desde la oración anunciada por las campanas de los conventos al divisarse en el ocaso el lucero de la tarde, y en los días de primavera, el barrio, y aún la ciudad entera, olía a azahares, que había muchas casas con huertas pobladas de naranjos desde el tiempo de los virreyes.

Se desprendía de ellos un vaho de tierra húmeda cruzada en las horas de sol por las nerviosas lagartijas, siempre inquietas y apuradas con su cabecita en alto como si temieran una sorpresa; y en llegando las sombras densas de la noche, el hueco cobraba cierto aire de misterio, mientras se oía el boznido de los lechuzones de campanario anidados en los mechinales de Santo Domingo y el silbato del policía que vigilaba en "la parada" de la esquina y cumplía la ronda de las manzanas a su cargo. Versión del antiguo sereno, que con una pica en una mano, como única, arma, y un farol en la otra, interrumpía periódicamente el silencio nocturno cantando las horas y anunciando el estado del tiempo: las 12 han dado y sereno; las 2 han dado y lloviendo.

Los huecos se perdieron para siempre. En cambio tenemos los baldíos, donde se levanta como un "espectro" el esqueleto de un monobloc que como castigado por una maldición bíblica no se termina jamás.




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