LA NACION. Buenos Aires, mayo de 1978
Del bernegal y el apartador al mate y la bombilla

Apuntes para una historia del mate

Son los jesuitas del siglo XVII y de la primera mitad del siglo XVIII, misioneros ilustres de la vastísima región que llamaron "Paracuaria", los que nos dan una buena información, no sólo del consumo, por los indios, de la yerba del Paraguay adoptada bien pronto por los españoles, sino también sobre los distintos elementos que se introdujeron en su consumo hasta llegar al clásico mate criollo cebado en la pequeña calabaza y tomado con bombilla. Dice el P. Sepp que les causaba repulsión y asco beber directamente en aquel rústico recipiente que pasaba de boca en boca hasta consumir toda el agua de la yerba bebida en la mitad de una gran calabaza hasta terminarla entre todos a usanza indígena. Es el mismo misionero quien nos cuenta el agasajo que hizo a un famoso cacique yaro con motivo de su visita a la reducción. En vez de un rico vino tirolés o austríaco, dice, ordenó que trajeran una tina grande de agua fresca y luego, en vez de una copa de plata dorada, agrega, hizo una gran calabaza hueca en la que echó un puñado de yerba paracuaria machacada y la colmó de agua fresca. El P. Florián Paucke dice que la gente humilde la toma de una calabaza cortada por el medio mientras con el labio superior impide que la yerba pase a la boca sorbiéndola entre los dientes: "ellos beben el agua entre los dientes delanteros como por un chupador".

Fueron, sin duda, los españoles que introdujeron el uso de una suerte de cuchara de metal llamada "apartador", con el cual detienen la yerba molida mientras sorben el té. También, según el mismo Paucke, había entre los españoles quienes usaban una especie de samovar: "estos tienen sobre la mesa un recipiente tapado, alto, bellamente labrado, que abajo está provisto en tres o cuatro sitios con canillitas de plata, por las cuales dejan correr el agua al mate y vuelven a beber". Hubo, además, y ésta fue de uso común y dilatado en el tiempo, pues de ella se encuentran numerosas referencias en documentos del período hispánico, una especie de taza grande llamada "bernegal" destinada a preparar y beber en ella la infusión de la yerba y el "tereré", como se llamó, si en vez de agua caliente se echaba agua fría. El "bernegal", que, según el Diccionario Espasa, deriva su nombre del latín "berranicum", es uno de los vasos traídos por los españoles, no sólo de barro cocido sino también de cristal y de plata, alargndo y ancho y de boca ligeramente ondulada.

Además del "bernegal", que desempeñó las funciones de la calabaza grande (Cucurbita moschata) entre ciertas clases sociales dentro del ambiente urbano, se introduce el uso del mate o calabaza pequeña (Lagenaria vulgaris), de la que toma el nombre no sólo la yerba paracuaria de los jesuitas (Ilex paraguariensis), sino también su infusión. Pero este nuevo elemento, por su tamaño, reclamó el uso de un sustituto del "apartador", que a la vez que filtrara la yerba permitiera sorber la infusión por la pequeña boca del mate. el P. Paucke dice que se valían de "un botón redondo, hueco, perforado por completo por pequeños agujeritos"; y según el P. Dobrizoffer, también se usaba, "un cañito de madera o alguna caña".

El cacique yaro, en su visita a la reducción del P. Sepp, "hundió, dice el misionero, valientemente la bombilla en la calabaza y solucionó magistralmente su contenido". Los españoles siguieron usando el bernegal y el apartador a pesar de haber adoptado el mate y la bombilla, pues pareciera que en el bernegal preparaban la Infusión y luego, por medio de alguna taza "con pico", como una descubierta en las excavaciones de Cayastá, la echaban al mate para succionaría luego; con la bombilla que filtraba la yerba, que hubiera pasado en el trasvasamiento de agua. En un libro de monseñor Juan Antonio Presas, Nuestra Señora en Luján y Sumampa, se transcribe un documento, cuyo original se conserva en el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe, que parece indicarnos esta relación entre el bernegal y el "mate", pues entre los bienes que lleva un vecino que va en peregrinación a Luján se anota un "mate guarnecido con su bernegaly apartador", donde, como en otros documentos del mismo archivo, aparece estableciéndose la relación de uno y otro elemento con un posesivo. Así, en otro inventario, para no abundar en citas, se anota "un pie de mate con su be me gal".

El comercio y el consumo local de yerba en Santa Fe tuvieron gran importancia desde el punto de vista económico y aun de la influencia que le atribuyó Hernandarias en la holgazanería de sus vecinos; de ahí que no es extraño que en el proceso de exhumación de las ruinas de la vieja ciudad aparezcan algunas piezas relacionadas con su consumo, como aparecen en los documentos de la época los datos que demuestran su importancia en el tráfico comercial.

En el Museo Etnográfico se conservan doce apartadores metálicos, dos en forma de cucharas de bronce seis en forma de paletas ovaladas del mismo metal y uno de ellos con un pequeño mango de plata. Tres en forma de tenedores y uno de sólo dos dientes. Tres fragmentos de bombillas y una con la boquilla de plata unida al tubo de la bombilla por una virola también de plata ligeramente aplanada de adelante hacia atrás, con una media luna sobre dos especies de guirnaldas en los dos frentes. Pero la pieza más interesante dentro de este material es el filtro, en forma de gota, formada por el acoplamiento de dos láminas de cobre, una plana y otra convexa, con lo que semeja un emblema heráldico marcado a presión sobre una matriz, formado por una corona imperial rematada por el mundo y la cruz teutónica, semejante a la de Maximiliano II, hendida en el centro, lo que le da una cierta apariencia de mitra, y con tres flores de lis en el aro. Debajo de la corona, unas rosas y hacia el tubo que une el filtro a la bombilla, otra flor de lis. Por último, se han rescatado varios fragmentos de bernegal identificados por la suave ondulación de su borde y su decoración. Una pieza entera, registrada en el Museo con el Nº 45.461, sin decoración y base plana, cubierta exterior e interiormente por una pintura espesa de color castaño rojizo, de 120 milímetros de diámetro longitudinal, 105 de diámetro transverso máximo y 6 milímetros y medio de espesor, exhumada en el claustro del convento franciscano; y por último, un magnífico ejemplar con cuyos fragmentos se ha podido reconstruir la pieza casi íntegramente, hallada en el solar donde tenía su casa el general Cristóbal de Garay, nieto del fundador. Esta pieza, registrada en el Museo bajo el Nº 47.014, tiene un engobe rojo oscuro en su parte interior, sobre el cual, y en el fondo del vaso, se ha pintado la silueta de un corazón descansando sobre dos flechas en aspa con las puntas hacia abajo, mientras exteriormente, sobre un engobe blanco amarillento que cubre toda su superficie, presenta una decoración en verde oscuro formada por una serie de curvas o lazos ribeteados de pequeñas espinas o púas que nacen a ambos lados de corazones pintados en rojo ribeteados asimismo de verde, que dan, en su conjunto, la impresión de hojas lanceoladas. La boca, aproximadamente en su parte media, presenta una leve ondulación practicada por una ligera presión simulténea del pulgar y los otros dedos de la misma mano en los lados opuestos del borde. Por la factura de esta pieza la delicadeza de sus colores y de su decoración, que nos recueda en cierto modo las orlas que aparecen en documentos y estampas medievales, puede ser de origen español.

El bemegal y el apartador se usaron hasta que la bombilla y la calabaza chica o mate, propiamente, los desterraron.




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