EL HUMANISMO CRISTIANO EN LA CONFORMACION CULTURAL
DE IBEROAMERICA
Graciela Maturo

Toda reflexión sobre Iberoamérica debería eludir a nuestro juicio las vertientes idealizantes que tan pronto nos ofrecen la imagen anacrónica de la tierra violada y mancillada, como la otra, igualmente extrema, que hace de nuestro continente un mero receptáculo para sucesivos proyectos europeos.

Preferimos una fenomenología de la cultura, capaz de dar cuenta de nuestra real identidad, perfil ético-jurídico-religioso, manifestaciones políticas, aptitudes y desarrollo técnico-científico, expresiones estéticas, lenguaje, literatura. Sólo a partir de esta compulsa desprejuiciada nos es dado reconocer a América, la América Latina o Iberoamérica, como realidad histórica y cultural no totalmente homogénea pero aún así vertebrada por ciertos ejes y valores, amalgamada por creencias comunes, comunicada y unida por un lenguaje, una simbólica, un destino. A la lectura histórica, antropológica, interpretativa de los hechos, le sobreponemos por nuestra parte una lectura poética -en el fondo teológica- es decir un otorgamiento de sentido al puro acontecer.

Un tiempo evolutivo, lento, circular, vuelto a sí mismo, corresponde al desarrollo de los pueblos autóctonos, de disímil grado de evolución, dispersos en un vasto territorio. El controvertido 'descubrimiento' -consagrado por la tradición, si no por la ciencia-proyecta abruptamente a esos pueblos hacia la historia moderna, posibilitando un salto de más de 2000 años y su inserción en la historia mundial, con los bienes y males que ella comporta. Pero, sobre todo, impulsa la creación de una etapa cultural nueva, protagonizada por la Cristiandad iberoamericana.

Ciertamente es difícil establecer coordenadas que uniformicen esta América pluriforme, cruzada de norte a sur por llanos inmensos, mesetas desérticas, deltas, praderas, ríos poderosos y lagos extensísimos. Igualmente variada es su población. 210 etnias aborígenes viven en América: unos 25 millones de indígenas puros hablan sus lenguas, predominantemente el nánuatl, el quechua, el guaraní. Nos preguntamos cuál es el elemento que unifica a estas etnias, el que las vinculó históricamente entre sí cuando eran pueblos de diverso nivel cultural, unos ligados a una economía de subsistencia, otros organizados como imperios en la dilatada extensión de este continente. No ha sido la conquista sajona, puritana, la que permitió la unificación, mestización o desarrollo de estos pueblos. Fuerza es reconocer que más allá del parcial genocidio y destrucción cultural de los primeros cincuenta años, retomado más tarde por modernos progresistas, la conquista española tiene otro aspecto genesiaco: crea una estirpe criolla y mestiza que protagoniza de hecho una cultura nueva. El soldado español, el predicador, el aventurero, el humanista, descontentos de Europa en muchos casos, incentivados por leyendas y mitos, llamados a tina nueva vida de riqueza, de justicia o de fábula, y finalmente enfrentados a un destino impuesto por su propio ethos religioso, son los fundadores de esa nueva estirpe tanto como el aborigen, el autóctono, el avasallado.

El examen de los procesos históricos ayuda a conformar el perfil real de la conquista. Los llamados "pleitos colombinos", suma de documentos en que consta el testimonio de los contemporáneos convocados por las Juntas para atender el reclamo de los descendientes del almirante, dan una imagen muy humana de Colón, de sus desengaños, de sus momentos de tribulación, acaso de la mayor entereza o decisión de otros capitanes, como los Pinzón, para llegar a destino. Sin embargo ello no ha oscurecido la importancia de una gesta que, como todo hecho realmente histórico, sobrepasa las intenciones individuales.

Con el "descubrimiento de América", que M. Gonzalo Casas propone como un des-encubrimiento, se abre una etapa de real universalización de la cultura, que la Europa moderna no ha podido realizar en su propia historia parcializante y hegemónica. Esa etapa no puede ser considerada, desde luego, como expansión de las culturas autóctonas -visión idealizante antihistórica que pretendería eliminar los hechos mismos y sus consecuencias culturales- pero tampoco como aplicación del proyecto europeo -sea éste cual fuere- a una tierra virgen, a un espacio vacío y recipiendario. La complejidad del proceso histórico cultural latino-americano, su riqueza, surge justamente de la condición mestiza del hombre americano, de su mestización cultural cuando no racial, de la mezcla y aquilatación de elementos en una instancia que sólo alcanza plenitud de sentido como culminación de lentos procesos anteriores.

La idea de ecumenismo, afirma Gonzalo Casas, no sólo sostiene la empresa del descubrimiento sino, asimismo, en una nueva fase, el proceso liberador de las naciones latinoamericanas y su constitución como entidades históricas. No sería pues, en esta visión, sólo lo encubierto y velado de América lo que viene a ser descubierto, sino asimismo lo encubierto a Europa misma: "pretendemos sugerir que la realidad España-América, en el descubrimiento primero, y en la independencia americana después, descubren o desencubren una cosa más profunda . . . el descubrimiento mismo del hombre, A partir de entonces se incrementa la conciencia de la participación en la humanidad y en una historia común, tanto en el europeo como en el americano. "Hombre del mundo" lo llamará Francisco de Vitoria. La historia se presenta como un ciclo con una coherencia teológica que religa el principio y el final. Tal el sentido que revela el "descubrimiento de América".


El Nuevo Mundo y el ideario de la Cristiandad

El conocimiento de la historia, cultura, expresión artística y definición filosófica de los pueblos latinoamericanos es clave para introducirse en la relación de la cristiandad europea del siglo XV con la construcción del Nuevo Mundo, construcción que, en el tiempo, demandará el aporte de otros pueblos. En efecto, no son ajenas al humanismo americano, antes bien, lo sustentan las ideas de Nicolás de Cusa, Pico della Mirándola, Marsilio Ficino, León Hebreo, Baltasar Castiglione y otros humanistas, que desplegaron una nueva concepción de lo humano, esencialmente evangélica.

Esa concepción, liberadora y dignificante de cada hombre, había sido elaborada por hombres de pensamiento y devoción religiosa, antes de acrecentarse y afirmarse en tierras nuevas.

Nicolás de Cusa sostuvo que el verdadero impulso religioso proviene de lo íntimo del alma, en De visione Dei afirmó la importancia de la facultad de movimiento y autodeterminación pues si el hombre no se posee a sí mismo tampoco puede ser poseído por Dios. Ficino -perteneciente a un círculo posterior, y más ligado a la filosofía clásica- es fiel a esa misma concepción en su libro De Christiana Religione, donde muestra que la redención no es sólo el descubrimiento de un nuevo ser sino asimismo el descubrimiento del mundo. Al convertirse en hombre Dios, el hombre descubre que nada es despreciable o informe al afirmarse a sí mismo como microcosmos, otorga al macro cosmos un sentido nuevo. Esa semejanza del hombre con Dios, por otra parte no se da en el ser ni simplemente en las obras, sino en el acto, en la operación de crear. El hombre para el humanismo, es el "hombre poiético". El humanismo que abre las puertas a la comprensión de otras culturas, postulaba para los cristianos una actitud de predicación y tolerancia. Cusa sostuvo que al adversario turco se lo debía convertir a la fe católica. Igual postura triunfó finalmente en América, sobre la destrucción cultural y física, sobre la parcial sumisión y explicación.

A la acción militar de España se le sobrepuso la acción evangelizadora de los humanistas. Conocemos hoy su obra grandiosa en lo educativo, social, jurídico, político. Sabemos que la conjunción de cristianos viejos y nuevos, tanto españoles como portugueses y en menor medida italianos, ligados por una actitud humanista, funda realmente la cultura iberoamericana.

El humanismo que había asentado y acrisolado la mezcla de las culturas griega, árabe y judía debía abrirse a la progresiva incorporación de las culturas indígenas, africanas, asiáticas, en un proceso realmente impar, creador de una nueva ecumene.

No es posible negar en ello la acción de españoles, italianos y portugueses, ligados por la filosofía cristiana del humanismo, no sólo vigente en las academias sino en las pujantes órdenes religiosas que se expanden en Europa a partir del siglo XII.

El humanismo español fue, según Bataillon, el modo católico de abrir las puertas ala modernidad sin producir un cisma religioso. Erasmo fue una presencia poderosa en los comienzos del 1500, antes de que un concilio decretara la inconveniencia de difundir sus obras, que la literatura, con su modo simbólico, elusivo, indirecto de presentar y elaborar las ideas, siguió difundiendo las convicciones del humanismo y haciendo posible la reconciliación de la fe y el libre pensamiento.

España transmite a América ese humanismo teádrico que desafía los límites de la escolástica y mira hacia los tiempos nuevos con firme convicción religiosa. El gran desafío de la conquista, que no impidió desde luego un parcial genocidio, fue justamente convertir al "salvaje", incorporarlo a la "república cristiana'. Claro que en el camino se producirá, de hecho, al menos en parte, aquella parábola cumplida en los coloquios de Nicolás de Cusa: el humilde enseñará al poderoso, el "salvaje" al civilizado. Se incuba también el germen de una reconversión europea que tuvo su eclosión particular en el Romanticismo varios siglos más tarde.

Las impresiones consignadas en las escrituras de las nuevas tierras -que también curiosamente, nacían a la escritura- se relacionan íntimamente con la Biblia, y especialmente con el Evangelio. Si la Palabra Nueva era la confirmación de las tradiciones míticas anteriores, América venia a instalarse plenamente en la dimensión de descubrimiento y confirmación real de esa Palabra. Esta dimensión, redescubierta en nuestro tiempo, asoma con fuerza en las expresiones de Colón, Hernán Cortés, Fernández de Oviedo, el lnca Garcilaso. Los españoles, decía Oviedo, habían llegado a las Hespérides, pasando por la Atlántida.

Surge a los estudiosos modernos de los documentos y signos de la Colonia la emergencia de un nuevo perfil ético-jurídico-religioso original que modifica al Nuevo Mundo, transformando su arcaica estructuración para generar a la vez un verdadero recurso' histórico en Europa misma, generando la mala conciencia de lo actuado. En suma, América es la generadora de la conciencia moral que se sobrepone a la modernidad en una etapa que hemos dado en llamar transmoderna. La literatura lo ha expresado suficientemente al mostramos la experiencia infernal del héroe-mártir, dotado de clarividencia en tiempos oscuros (llámese Alonso Quijano o Juan Preciado).

En el ámbito hispano colonial surge una temprana jurisprudencia que avanza anticipando el moderno derecho de gentes. Es Isabel la Católica la primera figura ligada al reconocimiento de la naturaleza humana del indígena, hecho que si bien puede sorprender por su solo planteo al hombre moderno, contrasta con el tratamiento aniquilador sin atenuantes que el conquistador europeo ejerció en otras latitudes del continente americano.

En 1511, a menos de veinte años de iniciada la colonización, el dominicano Antón de Montesinos pronunció su célebre Sermón, denunciando los excesos de encomenderos y capataces; luego defendió en España su posición, contribuyendo a la sanción de las primeras leves que regularon el trabajo del indio y las obligaciones del español. La defensa de Montesinos fue continuada por Fray Pedro de Córdoba y por Bartolomé de las Casas, gestor de un programa de evangelización que cambiaba totalmente el sentido de la dominación hispánica.

A Francisco de Gamboa, conocido como Vitoria (1483-1546) le correspondió afirmar desde la cátedra en Salamanca la condición nacional del indígena, y hasta cuestionar los propios títulos de los Reyes. Las lecciones de Francisco de Vitoria fundan un Derecho de gentes que se contrapone al pragmatismo social de Hobbes y Maquiavelo. Es en América donde viene a prosperar el humanismo cristiano.

La Academia Florentina tuvo en América calificados discípulos en los siglos XVI y XVII. Baste citar a Vasco de Quiroga en México, al Inca Garcilaso en el Perú, a Luis de Tejeda en nuestra Córdoba del Tucumán. La creación literaria se enlaza a la interpretación histórica ya la acción cultural y política.

La original creación de los pueblos hospitales por Vasco de Quiroga fue una concreción de la utopía humanista. Allí los indígenas desarrollaban e) cultivo del canto y de la música, la agricultura, las artesanías, las industrias, dejando un tiempo libre para la profundización de la doctrina moral y religiosa cristiana, aprendiendo y ejerciendo ellos mismos el arte de gobernar.


La conquista espiritual

El debatido tema de la conmemoración del Medio Milenio de la América hispánica nos pone ante la responsabilidad de un reconocimiento que vemos muchas veces escamoteado o relegado: la nueva cultura, engendrada en circunstancias dramáticas, fue legitimada y fortalecida por el signo amalgamante del cristianismo.

Comparto la convicción de Juan Larrea en el sentido de atribuir a España, a la España humanista, una misión insustituible: "La rendición de espíritu" que significa el haber proyectado hacia una suma de pueblos en un nuevo espacio el legado de la espiritualidad judeo-helénico-cristiana.

Más aún, entiendo que sólo la precedencia de una larga elaboración filosófica y doctrinaria permite a los humanistas que pasaron a América - y así la nombraron después- imponer paulatinamente la teoría de la mestización cultural, aún hoy novedosa y de aspectos que están reclamando ser desplegados. Esa construcción vuelvo a repetirlo, no es puramente obra de los españoles, portugueses e italianos, sino que se gesta en la progresiva conjunción, aún imperfecta, con otros pueblos.

Nuestro mundo, que admite en tal sentido la denominación de "Nuevo", se convirtió por algún designio providencial en el escenario ecuménico donde hombres de muy diversa raíz fueron convocados a descubrir la posibilidad de su mestización y convivencia. Las hierofanías y signos milagrosos que acompañaron el proceso quedan asimismo para ser leídos por el corazón religioso.

Surgía una nueva cultura que ponía en práctica proyectos filosóficos e iniciativas nacidas en muy altos ambientes espirituales, grupos, órdenes religiosas. Esa experiencia venía a hacerse carne en hombres casi primitivos, de honda conformación religiosa, aptos para recibir un nuevo mensaje, para aplicarlo y reformulado en instancias nuevas.

La historia es cruenta, y abarca también la confrontación, la iniquidad, las contradicciones propias de todo proceso concreto. Pero la "conquista espiritual" avanzó, y son sus frutos los que conforman nuestra cultura a lo largo de cinco siglos de existencia.

Por otra parte, sólo un fuerte prejuicio contra la Iglesia pueda llevar a desconocer la obra misional y educativa de frailes sabios y santos corno Pedro de Gante, Bernardino de Sahagún, San Francisco Solano, Fray Luis de Bolaños, el Padre Ruiz de Montoya. No solamente predicaron y educaron en lenguas indígenas; compusieron gramáticas y vocabularios de éstas, cosa que hubiera sido imposible en ese tiempo para los naturales de estas tierras. Se producía la conjunción del saber humanista, curioso de la indagación e interpretación de otras culturas, con el contacto efectivo del español y el aborigen.

Sacerdotes, frailes, misioneros, erigen los basamentos de la cultura mestiza en los siglos XVI y XVII, haciendo posible esa mestización por su vocación de integrarse y no por su tendencia a imponer. Más aún, la historia de esos siglos nos revela claramente la emergencia de un nuevo derecho de gentes, una nueva jurisprudencia, un nuevo modo de dialogar y comprenderse que ampliaron y modificaron paulatinamente la cultura hispánica. La cultura de Indias era el humanismo en acción, más allá de las prohibiciones inquisitoriales, de las órdenes represivas.

A hombres de iglesia como Montesinos y Las Casas les correspondió alertar sobre los abusos del conquistador; a cristianos como Vitoria les cabe el honor de la gestación de leyes nuevas; a frailes como los jesuitas Francisco de Angulo y Diego de Torres les tocada liberar al indígena de su servidumbre. Es el accionar continuo, la prédica y la reflexión de estos hombres lo que genera el ethos americano, su sentido de la libertad y la justicia.

Los franciscanos, primera entra las órdenes que llegaron a América, ya tenían reducciones en el Sur del continente en 1538. En los comienzos del siglo XVII fundaron seis conventos en la gobernación de Tucumán, los de Córdoba, Santiago, Tucumán. La Rioja, Talavera y Salta. Debemos recordar en la Argentina a San Francisco Solano (1549-1610) predicador de los indígenas tules en la región tucumana, ya Fray Luis de Holmios (1539- 1639) autor del primer catecismo de nuestro territorio en lengua indígena.

Por su parte los dominicos llegaron al Alto Perú en 1549 fundando sus conventos en Santiago y Córdoba. Los mercedarios crearon conventos en Santiago (1589) y luego en Córdoba, Tucumán, La Rioja, Talavera, Salta y Buenos Aires (1603).

Los jesuitas vinieron del Alto Perú a la región de Tucumán en 1587; tuvieron tres grandes provincias, las de México, Perú y el Paraguay. Esta última abarcaba a la Argentina, Chile, parte de Bolivia y del Brasil. En el Río de la Plata fundaron el Colegio de San Ignacio y el de Nuestra Señora de Belén; en Santa Fe el de la Inmaculada Concepción. En Córdoba e) Colegio Máximo y el de Monserrat. Otros Conventos en Tucumán. Salta, La Rioja, Santiago. Tarija y Asunción.

A la labor de los jesuitas se deben las más importantes reducciones y misiones que constituyeron novedosas experiencias de educación y desarrollo de las comunidades indígenas, así las del Gran Chaco, Paraguay, la región patagónica, la costa atlántica, el Norte de Santa Fe. En Paraguay continuaron la labor misional de los franciscanos, convirtiendo a guaraníes y guaycurúes. Entre 1.610 y 1631 debieron abandonar la zona de Guayrá asediados por los encomenderos. Vinieron así a fundaren las márgenes del Paraná y el Uruguay las llamadas Misiones del Paraguay, que a principios del siglo XVIII eran treinta. Experiencia discutible en algunos aspectos, no puede negarse el sentido humanista que animaba a sus directores a enseñar a los indígenas leyes, teología, latín, música, oficios. Llegaron a ser verdaderos oasis de vida comunitaria y prosperidad económica, y sufrieron el embate de algunos obispos, también de los comuneros y de las campañas militares contra Portugal.

Nos interesa asimismo, de modo especial, destacar la importancia de los estudios gramaticales, los vocabularios indígenas, las traducciones, los catecismos y oraciones en lenguas vernáculas pues todo ello configura la iniciación de nuestros estudios filológicos.

Hoy es valorado con justicia el esfuerzo, a veces parcial e incompleto, de los predicadores y soldados que aprendieron lenguas indígenas o que enseñaron al indígena su propia lengua. No olvidemos que el tema de la traducción fue central en la gestación del humanismo. Todo ello comportaba un extravasamiento lingüístico, una apertura cultural comportada por la necesidad de reformular una determinada visión del mundo en vocablos de otra cultura.

El Padre Roque González de Santa Cruz, beatificado en este tiempo, fue llamado Demóstenes guaraní, por su elocuencia para predicar en ese idioma. San Francisco Solano también conocía las lenguas indígenas Como Alonso de Barzano cuyo Arte de la Lengua Toba fue reeditado en 1891 por Samuel Lafone Quevedo. El Padre Antonio Machioni escribió el Arte y Vocabulario de la lengua de los lules y los tocontés publicados en 1732 y 1874. Fernández Márquez Miranda recuperó en este siglo trabajos del P. Luis de Valdivia (1560-1642) sobre las lenguas allentiac y millcayac.

En cuanto a la lengua quechua, todavía hablada por buen número de americanos, el dominico Fray Domingo de Santo Tomás, obispo de Charcas, hizo la primera Gramática y Vocabulario, impreso en Madrid en 1560. Continuó sus trabajos Fray Diego de Torres, y de ambos es la famosa Doctrina Cristiana escrita en lenguas quechua y aymara que se publicó en Lima en 1584.

El Padre José de Anchieta, apóstol del Brasil, ha dejado el arte de la Gramática, publicado en Coimbra en 1591; en 1607 se publicó en Lima la Gramática Quechua de Fray Diego González de Holguín, con observaciones lingüísticas y antropológicas que todavía guardan interés.

Para la lengua guaraní muchos son los estudios, testimonios y expresiones, entre Otros el Catecismo y Oraciones de Fray Luis de Bolaños compuesto en esa lengua. El Padre Antonio Ruiz de Montoya hizo el aporte fundamental de su Tesoro de la Lengua Guaraní, Madrid, 1639, y además el Vocabulario y el Arte publicados en las Misiones en 1722 y 1724.

Por otra parte el Padre Furlong trae abundantes noticias sobre los estudios realizados por los jesuitas en todo el territorio argentino, sobre las lenguas de los chiquitos, zamucos, tobas, chiriguanos, gualachos y mojos.


El libro en América

El libro llega a América de la mano del navegante, del predicador, del adelantado, del soldado. Todos ellos traían sus devocionarios, Biblia, catecismos, cuando no obras sobre náutica, astronomía, filosofía y ciencia. Más adelante llegaron cargamentos de libros, cuyo contenido fue variado y rico. El libro llegaba a estas tierras como un poderoso instrumento de evangelización y civilización.

Desde 1539 se consignan en diversos oficios los datos de Esteban Martín, "imprimidor", del cual se sabe que puso a trabajar en México una pequeña imprenta y sacó a luz algunos trabajos. Poco después se instalaron Juan Cromberger y Juan Pablos, quienes editaron las primeras obras de prensa americana: la 'Escala espiritual para llegar al ciclo' de Juan de Clímaco, en versión castellana de Fray Juan de Magdalena, la "Breve y Compendiosa doctrina en lengua mexicana y castellana", primer libro conocido hasta ahora de 1542, compuesto por Fray Juan de Zumárraga.

A fines del siglo XVI se considera que en México había ya más de 174 obras impresas.

Una obra importante, publicada en Lima en 1629, es el "Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica" de Don Antonio de León Pinedo, cronista mayor de indias. La edición madrileña de 1737 ha sido reproducida en edición facsimilar con prólogo de Agustín Millares Carlo.

El Epítome aparece dividido en 4 partes o Biblioteca".

1) ORIENTAL, desde el África septentrional hasta el Japón.

2) OCCIDENTAL, obras relativas a América con inclusión de las islas Filipinas y Molucas.

Estas dos partes según Pinedo "contienen las materias más propias". Las otras dos sin embargo son "medios forzosos para leer con ciencia y escribir con experiencia de las Indias". Los títulos son traducidos, a veces en paráfrasis resumidas. Añade los traductores y comentadores.

3) NÁUTICA, que agrupa a los tratadistas antiguos y modernos de cosmografía y navegación.

4) GEOGRÁFICA, menciona las descripciones de tierras y la cartografía.

Otras dos Bibliotecas deja omitidas en el Epitome, dice el autor, los libros comunes de cualquier procedencia que traten estos temas, y la Biblioteca Real.

Registra obras de 44 lenguas, más de 1000 autores, da detalles de si son manuscritos o impresos, a veces las fechas, a veces el detalle de la traducción, reimpresión por otra mano, nombre de autor en blanco, etc. Incluye un índice alfabético de lenguas y de autores, principios de ordenación valiosos que fueron luego imitados.

La Biblioteca Occidental -la de mayor interés para la América hispana- tiene 27 secciones o títulos: 1) Historias primeras de las Indias; II) Historias generales; III) Historias más generales de las Indias; IV) Historias de Nueva España; V) Historias de Nuevo México; VI) La Florida y sus provincias; VII) Historias de las Filipinas y las Molucas; VIII) Historias del Perú; IX) Historias de Chile; X) Historias del Rio de la Plata; XI) Historias del Estrecho de Magallanes; XII) Historias de Santa Cruz del Brasil; XIII) Historias del Marañón i el Dorado; XIV) Historias de ciudades (incluido grandeza mexicana); XVI) Historias de viajes y navegaciones; XVII) Historias de los Indios Occidentales; XVIII) Autores que han escrito en lenguas de Indias; X1X) Autores que escriben de la conversión de los indios; XX) Historias de religiones y religiosos; XXI) Autores morales y políticos de las Indias; XXII) Recopiladores de leyes de Indias; XXIII) Historias de varones Santos de Indias; XXIV) Libros de fiestas y exequias; XXV) Historias naturales de las Indias; XXVI) Colectores de libros de Indias; XXVII) Autores de cuyos escritos hay duda.

El título XVIII agrupa a los "Autores que han escrito en lenguas de Indias".

Contiene 52 entradas de las cuales corresponden 26 a los franciscanos, 12 a los dominicos, algunas más a los agustinos y las demás sin indicar.

Figuran F. Bernardino de Sahagún, que escribió pláticas y sermones en lengua mexicana además de un vocabulario trilingüe mexicano, castellano, latino.

El agustino Iván de Mijancas, autor de Sermonario Dominical y Santoral en lengua mexicana, impreso en 1624, y Espejo divino en la misma lengua; el dominico Fray Antonio de los Reyes, autor del Arte de la lengua mexicana, reduciendo sus elegancias a método. Los dominicos Benito Fernández y Francisco de Alvarado, que estudiaron la lengua misteca.

Los franciscanos Juan Bautista de Lagunas y Martín Gilberti que escriben Doctrinas Cristianas en lengua tarasca; el franciscano Francisco de Toral, que escribió Arte, Vocabulario y Doctrina Cristiana en lengua popolaca, el dominico Diego de Carranza, en lengua chontal; el franciscano Andrés de Castro en lengua motlatzinca, los franciscanos Rengel, Palacios y Ribero que escriben artes y vocabulario en lengua otomí; Fray Francisco de Cepeda; Artes de las lenguas Chiapa, soque, celdales, cinacateca, impreso en 1560. Fray Domingo de Santo Tomás, dominico, escribió la "Gramática o Arte de la lengua general del Perú", 1560; otro vocabulario anónimo de la lengua quechua. El Padre Diego de González Holguín Vocabulario de la lengua quichua del Pcríj, 1608, varios catecismos en lengua quichua y avmará, 1598.

El Padre Luis Bertonio: Arte breve de la lengua aymará, 1603, el Padre Luis de Valdivia: Arte Gramática Doctrina en la lengua de Chile, etc.

Esta obra extraordinaria, no sólo nos ofrece un panorama de las existencias bibliográficas, no americanas, de su vastedad y riqueza, sino que asegura la fuerza integradora con que se ejerció la evangelización de los pueblos indígenas, en sus propias lenguas, las cuales fueron por primera vez ordenadas y estudiadas.

Se echaban las bases de nuestros estudios antropológicos, lingüísticos y literarios, así como a su turno, Don Antonio de León Pinedo se constituía en nuestro primer bibliógrafo, erudito y filólogo.


El humanismo en las artes y en las letras

Las artes hispanoamericanas, a lo largo de tres siglos llevan la marca ética, estética y religiosa del humanismo cristiano. No se trata sólo de la prevalencia de obras de carácter religioso, si bien es notorio que fueron catecismos y doctrinas las primeras obras salidas de la imprenta, y se contaron en gran numero entre los manuscritos. Se trata del estilo religioso que caracteriza a las crónicas, cartas, testimonios, novelas y tratados escritos en América. Esas obras muestran plenamente la síntesis progresiva de la religiosidad antigua, que vuelve a hacerse presente ante el español a través de aborígenes de actitud fuertemente teocéntrica, y la religiosidad nueva, humanista, teándrica, que afirma la dignidad divina del hombre, y legitima sus obras.

La figura de la Virgen es mediadora entre ambos polos, y no es extraño que el nuevo humanismo hispanoamericano la venere como reina indiscutible, y la represente en muchos casos con rostro moderno. Era el rumbo mediador de las Vírgenes negras de Venecia, Nápoles, Barcelona, Sevilla, reiterado en las vírgenes de Guadalupe, Chiquinquirá, Copacabana, Catamarca, Iratí.

El barroco nace como un arte fundamentalmente religioso, y su raíz es americana, aunque su expansión sea doble: un barroco español y un barroco de Indias.

Surge un arte sincrético, amalgamante, lleno de contrastes, excesivo en su aptitud para recoger, violento en su capacidad de mezclar lo disímil. Es esta la primera fragua de lo que luego se llamará estética romántica.

Expresan esta riqueza del barroco las esculturas, pinturas y construcciones edilicias del siglo XVI, la mezcla de estilos europeos, algunos de ellos anacrónicos como el romántico, con formas góticas y renacentistas tocadas por el ímpetu expresivo del indígena. Surge el arte tequitqui, la reutilización de lo indígena para la construcción española, el labrado aborigen de columnas y techos, los artesonados, los retablos, la catedral de México es una suma de estilos amalgamados; otras iglesias y colegios de Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, muestran la incorporación de materiales americanos como la pulpa de caña y variedad de maderas, utilizados en arquitectura y decorados.

Los ángeles músicos, los ángeles arcabuceros, llevan la marca de la concepción indígena, así como otras imágenes sagradas, labradas y trabajadas con el preciosismo que caracteriza a la encamación material de lo celeste. Es el signo de una cultura que aproxima lo alto y lo bajo, lo divino y lo terrenal, auspiciando la imaginería, la representación, la libertad expresiva. Los evangelizadores utilizaron las técnicas del muralismo moderno, de sello muy americano.

Todo ello ha de ser valorado sin prejuicios, como germen de una identidad mestiza, como generación de un ethos hispanoamericano que fusionó la ética, la estética y la religión, sin desterrar el libre pensamiento ni la capacidad crítica del hombre.

En cuanto a las letras, estamos en una etapa de revaloración estética de las crónicas y novelas escritas en el Nuevo Mundo, obras que Rieron durante buen tiempo la fuente historiográfica más notable de América.

La novedad de esos escritos consiste en la fuerza testimonial con que se proponen destruir historias convencionales, y el apasionamiento con que expresan la voluntad de acción, intención de prédica, curiosidad y asombro de sus autores.

Ello hace que contemos, a partir del mismo Diario y Cartas de Cristóbal Colón con una literatura en lengua castellana, que irá desenvolviendo esos caracteres con un perfil acusado de identidad.

Los escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo. del llamado 'Conquistador Anónimo", de Bernal Díaz del Castillo; las pláticas de los doce franciscanos recogidas al final del siglo XVI por Bernardino de Sahagún; la Historia y la relación de Bartolomé de las Casas, fundados del tema de los "derechos humanos"; la Historia de los Indios, escrita por Fray Toribio de Benavente llamado "Motolinía, el pobrecito"; las Historias de Fray Diego Durán, Fray Jerónimo de Mendieta, Fray Juan de Torquemada, Alonso de Ovalle, el Padre José de Acosta, se hallan entre los escritos liminares de nuestras letras, que es como decir nuestro ethos cultural, constitución simbólica, filosófica y religiosa.

Naturalmente, no omitimos por ello el punto de vista del indígena, las crónicas de Fernando de Alvarado Tezozónic y Femando de Alba Ixtlixóchitl en español y en náhuatl. No puede negarse el dramatismo de la visión indígena, al sentir avasallado su suelo y su cultura.

Entre el conquistado y el conquistador sólo podía mediar un puente de orden espiritual, una relación integradora que es la que vemos instaurada por la predicación evangélica.


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