CRÓNICA Y POESÍA DE LA CIUDAD INDIANA
José Luis Víttori


El antropólogo José Imbelloni, uno de los fundadores de los estudios de su especialidad en nuestro país, tituló una de sus obras La esfinge indiana (1926), esto es, un enigma a descifrar sobre el poblamiento de América y el origen de sus culturas autóctonas. Enigma que persiste, sesenta años después de dicha publicación, en otros aspectos de la prehistoria indígena y aún de la historia vivida, contada y escrita por los indios y los españoles, desde que Cristóbal Colón desembarcó en una isla del Caribe.

Valga pues, la referencia precisa al título de Imbelloni, como epígrafe del tema que me corresponde abordar en el plan del curso sobre La ciudad hispanoamericana (1). Voy a referirme a la ciudad en las "Indias Occidentales". Así llamaban en España, a fines del siglo XV, al Continente Americano recién descubierto por Colón; digo, pues, la ciudad indígena y española en América, y, para englobarlas en una sola designación, la ciudad hispanoamericana, ya que las primeras fundaciones urbanas de los europeos en la Terra Nova -Santo Domingo en 1496 y La Habana en 1515- se debieron a los españoles, en tanto la ciudad autóctona, indígena, la ciudad propiamente americana, la habían edificado muchos siglos antes de la Conquista los llamados "indios", en este orden cronológico:

Los olmecas -San Lorenzo, La Venta o Cerro de las Mesas- en la costa del Golfo de México.

Los mayas -Tikal o Uaxactún- en la selva de El Peten, hoy Guatemala.

Los chavines -Chavín de Huantar-, en la sierra árida peruana.

Todos ellos desde unos 1200 años antes de Cristo y más o menos 1700 años antes de la primera fundación de Santo Domingo, en la isla del mismo nombre, por Bartolomé Colón.

También los zapotecas y los teotihuacanos fundaron sus capitales: Monte Albán I y Teotihuacán -esta última, la más grande ciudad indígena anterior a la Era-, entre el 800 y el 600 antes de Cristo.

Al tiempo en que Hernán Cortés desembarcó en Cozumel y en Tabasco -México-, fundando la ciudad de Vera Cruz (1519), y los Pizarro hicieron pie en San Mateo -Perú-, fundando la ciudad de San Miguel o Piura (1532), las ciudades olmecas, la mayor parte de las ciudades clásicas mayas; Teotihuacan y Tula, Chavín de Huantar y la mayor parte de las poblaciones de los "reinos desérticos del Perú" anteriores a los Incas: Chan Chan, Viru, Chiclayo o Tiahuanacu, habían sido abandonadas y pasaron inadvertidas a los conquistadores que, en cambio, toparon con las ciudades aztecas e incas, asombrándose de la magnificencia de Cholula, México- Tenochtitlán, El Cuzco o las ciudades mayas posclásicas como uxmal y Chichén Itzá.

Cortés avista Tenochtitlán

Como sabemos, los indios no contaban con una escritura fonética. Los mayas, los zapotecas, los mixtecas y los aztecas, entre los pueblos de las altas culturas mesoamericanas, llegaron a desarrollar una escritura ideográfica, de dónde sus escritos -estelas, códices, lienzos- apenas pueden descifrarse. Entre los peruanos, incluso los incas, no se han hallado vestigios de escritura. Los textos legibles, documentales, que nos han llegado de las altas culturas mesoamericanas -Popol-Vuh, Libros de Chilam Balan-, no son pues los originales debidos a sus "amanuenses" anteriores a la Conquista, sino a los cronistas españoles e indios que escribieron después, durante el periodo colonial -traducción del Popol- Vuh al español por el Padre Ximénez, Relación de las cosas del Yucatán, obra escrita por el obispo Diego de Landa y numerosas crónicas mayores y menores escritas a lo largo del Continente.

La primera comunicación histórica del contacto de los españoles con los aztecas nos llega, sin embargo, del propio Hernán Cortés, conquistador de México. Cortés, miembro de familia hidalga, había estudiado leyes en la Universidad de Salamanca y, dicen sus biógrafos, alcanzó en los claustros "un grado de instrucción que le hizo destacar entre quienes le rodeaban; escribía con estilo fácil y vivaz hasta el punto que sus cartas y descripciones le hacen acreedor a figurar en un primer término entre los cronistas de la epopeya americana" (2).

A él se deben las famosas Cartas de relación de la conquista de México, dirigidas al Rey de España, Carlos I y, en dichos papeles, testimonia sus luchas y sorpresas en tierra americana, describiendo las ciudades que encontraba a su paso y conquistaba en honor y propiedad del monarca.

Así se asombra de Cholula, a la que llama Churultecal: esta ciudad -dice- "está asentada en un llano, y tiene hasta veinte mil casas dentro del cuerpo de la ciudad, y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí, y tiene sus términos conocidos; no obedecen a señor ninguno, excepto que se gobiernan como estotros de Tascaltecal".

"Esta ciudad es muy fértil de labranzas -sigue diciendo Cortés a su rey-, porque tiene mucha tierra y se riega la más parte della, y aún es la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana. E certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha ciudad, y todas son de mezquitas".

También describe al monarca la ciudad de Iztapalapa. "Tendrá esta ciudad doce a quince mil vecinos; la cual está en la costa de una laguna salada grande, la mitad dentro del agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el señor della unas casas nuevas que aún no están acabadas, que son tan buenas como las mejores de España, digo de grandes y bien labradas, así de obra de cantería como de carpintería y suelos..."

Pero su mayor asombro, su admiración, es para México-Tenochtitlán, "la gran ciudad de Temixtitán (así la llama), que está fundada en medio de dicha laguna". Cortés entra a la capital azteca por la gran calzada que se interna dos leguas en el lago de Texcoco. "La cual calzada es tan ancha como dos lanzas, y muy bien obrada, que pueden ir por ella ocho de caballo a la par...".

De la urbe misma, dice: "Tiene esta ciudad muchas plazas, donde hay continuos mercados y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo".

La descripción de Cortés es detallada y rica en observaciones mediante las cuales trata de transmitir al rey parte de su sorpresa ante un mundo inesperado.

"Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos, de muy hermosos edificios (...) y entre estas mezquitas hay una, que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades della; porque es tan grande, que dentro del circuito della, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien facer una villa de quinientos vecinos".

Apenas podemos imaginamos la fascinación del aventurero europeo ante el hallazgo de una ciudad monumental edificada mediante sillares bien labrados y ensamblados, en medio de un lago de agua salada en un valle semidesértico, obra de una imponente (y elocuente) cultura lítica; con sus sentimientos tironeados entre lo más áspero de su naturaleza guerrera y el préstamo estético de Salamanca; entre la avidez de poseerla y el éxtasis de admirarla...

"Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para subir al cuerpo de la torre; la más principal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas, así de cantería como de madera, que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos es de imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de mazonería y muy picado de cosas de monstruos y otras figuras y labores". (3)

De la crónica peruana

Mucho más al sur, en Sudamérica, los Incas asombraron a los españoles por la extensión y buena traza de sus caminos, por la sólida construcción de sus fortalezas megalíticas y por la traza y edificación de sus ciudades, en especial El Cuzco.

Sobre los caminos del Inca, obra ciclópea en su precisión, solidez y vastedad, dice el cronista Pedro de Cieza:

"Una de las cosas que admiraba más que nada era la forma en que los indios habían sido capaces de hacer semejantes caminos, extraordinarios y maravillosos, a lo largo de abismos temibles y desfiladeros de vértigo (...). En algunos lugares, para asegurar la anchura normal del camino, fue necesario excavarlo en la roca viva, y todo esto se hizo únicamente a base de fuego y picos. En otros sitios, la pendiente hacia arriba era tan empinada y la altura era tanta, que los peldaños tuvieron que cortarse desde abajo, para que fuese posible ascender, formando espacios más amplios a intervalos, para que sirvieran de descanso..." (4)

El conquistador Hernando de Soto se admira de El Cuzco cuando ve por primera vez la capital del incanato:

"Cuzco, majestuoso e imponente, debió ser construido por gente de singular inteligencia. La ciudad es indudablemente la más rica de todas las poblaciones de que tenemos noticias en las Indias..." (5)

En cuanto a la solidez de las construcciones incaicas, dice el padre Bernabé Cobo: "Las piedras, a veces descomunales, unas grandes y otras pequeñas, y unas y otras desiguales en la forma y facción, están asentadas con tan sutil juntura como las de sillería, de suerte que si la piedra de abajo hace en la parte alta alguna comba o pico, en la piedra que sobre ella asienta está hecha una concavidad y encaje que venga al justo con la obra..." (6)

En breve referencia a los edificios principales del Cuzco, baste mencionar el testimonio de Cieza de León cuando escribe sobre el Coricancha o Templo del Sol, "el grande, riquísimo y muy nombrado templo de Curicancha -dice-, que fue el más principal de todos estos reinos (...) todo cercado de una muralla fuerte, labrado todo el edificio de cantería muy excelente de fina piedra muy bien puesta y asentada, y a algunas piedras eran muy grandes y soberbias; no teman mezcla de tierra ni cal, sino con el betún que ellos suelen hacer sus edificios, y están tan bien labradas estas piedras, que no se les parece mezcla ni juntura alguna ..." (7)

A lo cual agrega el conquistador Miguel Estete, que conoció el Cusco con Pizarro: "La cantería de esta ciudad hace gran ventaja a la de España" (8).

A mayor abundamiento, agregamos comentarios del Inca Garcilaso y del Padre Acosta, sobre la "obra de cantería" de los constructores incaicos.

"Los edificios reales fueron en extremo pulidos, de cantería maravillosamente labrada, tan ajustadas las piedras unas con otras que no admiten mezcla", escribe Garcilaso, en tanto el padre Acosta consigna que "apenas se ve la juntura de las unas con las otras" y que "las casas (están) hechas de piedra pura, con tan lindas junturas que ilustra la antigüedad del edificio" (9).

Abundan las descripciones maravilladas y lúcidas que los "cronistas de Indias" nos dejaron en el siglo XVI sobre la ciudad indígena, a las cuales se suman desde fines del siglo XIX, los trabajos de campo y de gabinete de los arqueólogos que han exhumado y descrito con inocultable admiración, las ruinas de las ciudades olmecas, mayas, zapotecas, mixtecas y preincaicas, de modo que considero bien atestiguada y fundamentada esta presencia urbana anterior a las conquistas territoriales de España.

Las ciudades españolas y criollas

Numerosas fueron, desde Santo Domingo, las ciudades que los conquistadores fundaron en nuestra América insular y continental, desde el Golfo de México al Río de la Plata, edificándolas muchas veces sobre las ruinas y con los materiales de las ciudades indígenas destruidas en las acciones de conquista y rapiña.

El caso más descamado fue el de la ciudad española de México, edificada sobre la traza de Tenochtitlán y con los sillares de sus templos, casas y palacios demolidos manzana a manzana durante el asalto de las huestes de Hernán Cortés.

De la más populosa, activa, bella y planificada urbe mesoamericana del siglo XVI, sepultada bajo sus escombros por la guerra de conquista, surgió la mayor y más poblada y monumental ciudad histórica, ornada de palacios -las Casas Nuevas de Cortés, las Casas Reales de la Moneda, la de Dávila, la de los Guerrero-, la primera catedral, el arzobispado, la Universidad, los hospitales, los paseos, en el ordenamiento edilicio de un plan en damero heredado de la capital azteca.

Pero, aparte esta ciudad de México y de la ciudad de Urna, sedes virreinales, el esplendor de la arquitectura y de la vida mundana no se expandió en la etapa colonial por el resto de la América Hispana. Lima, abatida por los terremotos una y otra vez, lo mismo que Guatemala. Cartagena de Indias y Panamá, saqueadas e incendiadas una y otra vez por los corsarios. Santiago de Chile, pobre cabecera administrativa de una Capitanía. Asunción del Paraguay, mal crecida con los sobrevivientes de la expedición de Pedro de Mendoza y los restos materiales de la primera Buenos Aires; acosada por las intrigas y las rivalidades locales, aislada entre las orillas de la selva guaraní y del río Paraguay durante medio siglo XVI, hasta la segunda fundación de la ciudad y el puerto de Buenos Aires por Juan de Garay en 1580.

Buenos Aires, cerrada por el monopolio al comercio de ultramar, con un abandono de siglos en la costa del gran río cenagoso. Montevideo, recelada, acosada y asediada por los portugueses, en situación paralela con el destino opaco de Buenos Aires. Y así las demás fundaciones de los conquistadores que bajaron desde Los Andes, por el Occidente, al que es hoy territorio Argentino: Tucumán, Córdoba, La Rioja, desmayados hitos de civilización en la vastedad del desierto.

La ciudad en el Río de la Plata

En el enorme espacio geográfico de la Cuenca del Plata, extendido desde el Guayrá hasta la desembocadura del sistema hídrico en el océano, comprendidos los actuales territorios de Paraná, Río Grande Do Sul, Paraguay, Formosa, Chaco, Santa Fe, la Mesopotamia argentina y la ribera fluvial de Buenos Aires, no hubo -como sabemos- ciudades indígenas; sólo tolderías y, cuanto más, aldeas estacionales de los guaraníes.

El indio rioplatense vivía en un estadio muy primitivo, tribal, nómada, con subsistencia predatoria -recolección y caza-, exceptuados los guaraníes que ya eran agricultores y canoeros cuando Juan Díaz de Solís descubrió y exploró el Río de la Plata.

Las primeras fundaciones fueron, pues, españolas, y datan del siglo XVI, en este orden: Sancti Spiritus (Sebastián Gaboto, 27 de Mayo de 1526); Buenos Aires (marzo) y Corpus Christi o Buena Esperanza (Octubre de 1536), ambas por Pedro de Mendoza, y Asunción del Paraguay (15 de agosto de 1537, Juan de Zalazar y Gonzalo de Mendoza).

De estas primeras fundaciones sólo subsiste Asunción, pues el fuerte de Sancti Spiritus es incendiado por los indios en 1529, el puerto de Corpus Christi abandonado en 1539 y despoblada la ciudad y puerto de Buenos Aires en abril de 1541.

Aislada en la inmensa planicie rioplatense, enclavada en tierra de guaraníes, la Asunción crece en desorden y se convierte en un fecundo centro de mestizaje. Tres décadas más tarde, serán mestizos o "mancebos de la tierra" los más que, al mando de Juan de Garay, fundarán la ciudad de Santa Fe (15 de noviembre de 1573).

Contamos aquí con una referencia poética de gran extensión debida a Martín del Barco Centenera, capellán del tercer Adelantado del Río de la Plata, Juan Ortíz de Zarate. En este poema titulado Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los Reynos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil, publicado en Lisboa en el año 1602, el autor menciona a varias de las poblaciones españolas anteriores a la segunda fundación de Buenos Aires, por haberlas habitado o por haber oído de ellas:

...el buen Gaboto… Entró en el Paraná… dejando fabricada/ La torre de Gaboto bien nombrada (188, 2a., Iaz.)

Dice también del poblamiento transitorio de la isla Martín García:

A parte por el bosque está sombría,
Y aparte tierra alta y asombrada,
Don Pedro y Juan Ortiz allí poblaron,
Y de hambre mucha gente sepultaron (190, 3a., Izq)

Habla al correr del canto de otras fundaciones, río arriba:

Después está Guaira, ciudad enferma,
Y que por Melgarejo fue poblada (192,5a., Izq.)

Y:

Poblada está también otra ciudad
Cuarenta leguas más arriba de esta.
En ella hay de metales en cantidad,
Empero, aunque los haya, ¿de qué presta?
Hablando como es justo de verdad,
Que el hombre es lo que solo allá resta (192, 6a, Izq')

Hambre, enfermedades, aislamiento, ataques de los indios... Mucha es la penuria y aún la miseria que el poema denota, salvo cuando testimonia con cierto escándalo sobre Asunción:

La gran ciudad antigua y populosa,
Que es dicha la Asumpción, que fue poblada
Por Salazar en era muy famosa.
En aquesta ciudad tan regalada,
Que mi pluma escribirlo aquí no osa:
Algunos, por baldón con mal aviso,
La llaman de Mahoma paraíso.

Poblóse de muy buena y noble gente
En tiempo de D. Pedro de Mendoza,
Aunque hay, como sabemos, al presente
En abundancia ya de toda broza.
La causa de este mal inconveniente
Paréceme será la gente moza,
Que, aunque salen valientes y esforzados,
Al mal y no al bien son muy inclinados.

Gran copia de mestizos hay en ella,
Pero más abundancia de mugeres:
Porque la guerra hace en ellos mella,
La cual sin interés y sin haberes,
Con solo el fin la siguen de tenella.
Y así, lector curioso, si quisieres
El número saber de las doncellas
De cuatro mil ya pasan como estrellas.

De frutos de la tierra y de Castilla,
De pan y vino, y carnes y pescado
Hay copia... (II-193-3a. y Ss. -Izq)

Asunción del Paraguay fue providencialmente fundada mientras Buenos Aires agonizaba en el hambre por el asedio del indio y la incapacidad de las lucidas huestes del Primer Adelantado para proveerse de alimentos en el país desconocido y salvaje. Buenos Aires, en el Río de la Plata, 1536:

Y el Río de la Plata se ha tomado,
Y el puerto San Gabriel de desabrigo.
De allí pasóse al otro lado,
A Buenos Aires, que es de más abrigo,
A do fue el lastimero acabamiento,
De tanta bizarría, cual yo cuento.

(...)

Acá Francisco Ruiz hace la guerra
En Buenos Aires, y anda diligente,
Muy poco le aprovecha, que a la perra
Pestífera cruel hambre canina,
A todos abandona y los arruina (IV-201-Izq).

Asunción del Paraguay, 1537:

A Juan de Ayolas hubo despachado
Don Pedro río arriba, porque asombre
Al indio. Va con él un buen soldado,
Llamado Salazar, valiente y hombre (IV-201-Izq-2a)

Alude el poeta a Juan de Salazar de Espinosa, fundador de la ciudad junto con Gonzalo de Mendoza. Allí irán a refugiarse los sobrevivientes de Buenos Aires cuando ésta sea despoblada por órdenes de Irala:

Salazar y los otros que bajaron
Poblaron en el puerto muy gozosos.
Las familias aumentan con sus hijos,
Y se entregan a dulces regocijos.

El guaraní se huelga en gran manera
De verse emparentar con los cristianos:
A cada cual le dan su compañera,
Los padres, y parientes más cercanos.
O lástima de ver muy lastimera,
Que de aquestas mancebas los hermanos,
A todos los que están amancebados,
Les llaman hoy en dia sus cuñados (IV-202-Der-1a. y Ss)

Del asentamiento de la Asunción nacerán los primeros criollos, es decir, los críos de los españoles o "españoles de América", y también los mestizos de español e india, los "mancebos de la tierra" que, en número de 75, responderán al alarde convocado por Juan de Garay en 1573, para lanzarse aguas abajo a fundar nuevas ciudades: Santa Fe en 1573 y Buenos Aires en 1580, de acuerdo con las directivas del rey impartidas a D. Juan de Zanabria (Capitulación del 22 de Julio de 1547, Cfr. Víctor F. Nícoli).

Garay río arriba se ha tornado
Y puebla Santa Fe, ciudad famosa:
La gente que está en torno ha conquistado,
Que es de ánimo constante y belicosa.
Los argentinos mozos han probado
Allí su fuerza brava y rigurosa,
Poblando con soberbia y fuerte mano
La propia tierra y sitio del pagano (VII-217-Der-6ta)

Canta del Barco Centenera, para decir más adelante:

Al fin a Santa Fe, tiempo gastando,
Se llega, do antes los vecinos
Salieron a nosotros navegando
En balsas y canoas los Calchinos,
Mepenes, Chiloazas voceando;
También salen por tierra a los caminos,
Celebrando con gozo la venida
A quien quisieran quitar alma y vida.

Estaba la ciudad edificada
Encima la barranca, sobre el río,
De tapias no muy altas, rodeada,
Segura de la fuerza del gentío.
De mancebos está fortificada:
Procura el indio de ellos el desvío,
Que son diestros y bravos en la guerra
Los mancebos nacidos en la tierra (XVIII-275-Izq-1a y 2a)

Así alude también del Barco Centenera a la segunda fundación de Buenos Aires:

Habiendo de la guerra descendido,
Poblar á Buenos Aires fue acordado:
De la Asumpción Garay hubo salido,
De todos adherentes aprestado;
Con él muchos soldados han venido,
Y habiendo en Santa Fe desembarcado,
Allí estuvieron días esperando,
Los caballos que vienen caminando.

Rehecha en Santa Fe aquesta armada,
Camina a Buenos Aires por el río,
También por tierra va gran cabalgada
De gente, que no teme sol ni frío:
Y siendo ya la cosa bien guiada,
A pesar de la tierra y su gentío,
Los unos y los otros allegaron
Al puerto Buenos Aires, y poblaron (XXI-293-Izq-2a y 3a)
(10)

¿Cómo se desarrollaron, cuál fue el aspecto de esas ciudades fundadas en el siglo XVI, durante casi tres siglos de dominación colonial, hasta el revolucionario siglo XIX americano, que dio la independencia a las naciones hispanoamericanas? La respuesta vendrá en el testimonio de algunos viajeros que se aventuraron por esas comarcas desoladas y riesgosas a caballo, en carreta o en las escasas diligencias arrojadas por los caminos de huella del desierto.

Sorpresas y desencantos

Es como para pensar. Los conquistadores se asombran, en las primeras décadas del siglo XVI, de la ordenada monumentalidad de las ciudades indígenas, pero los visitantes europeos de las ciudades españolas, en los siglos XVII a XIX, no se asombran nunca; antes bien, destacan su humildad y a veces hasta su precariedad en medio de los desiertos pampeanos y andinos, ahogadas por las distancias y las deficiencias de las comunicaciones terrestres o marítimas, cuyo común denominador es el retraimiento, la soledad y el tedio.

En páginas memorables, Agustín Zapata Gollán imagina a los descendientes de los conquistadores, sentados al filo de la barranca santafesina un día cualquiera de 1600 o de 1700 o de 1800, devanando la tristeza de la tarde con los ojos inmóviles en la lejanía. "Algunos tienen ya sangre de América" -dice- y "a veces hablaban de los pueblos que un día dejaron para siempre más allá de los montes impenetrables y de los mares misteriosos. Evocaban la vida de las ciudades, el trajinar de puertos y caminos, las costumbres de la aldea, el ambiente jocundo de hosterías y figones; y algunos también traían a mano el recuerdo de universidades y de escuelas".

Pero, vueltos a su propia realidad, a su vida junto a la ribera del río indígena, al caserío de Santa Fe, no pueden sino advertir su pobreza desoladora: "Las casas de teja y los ranchos de paja, desparramados en el recinto de la ciudad, van deshabitándose y se desmoronan ante la indiferencia de los vecinos. De vez en cuando el Cabildo divaga sobre el abandono y la incuria del vecindario (...) En el ruedo arenoso de la plaza destartalada se oye a veces la voz del pregonero que llama y convoca a los vecinos para una 'muestra de armas \ Detrás de ventanas y portillos se columbran semblantes mustios de mujeres empavorecidas por el anuncio de guerra y los muchachos atisban agazapados en los cercos de tasis y pisingallos". (11)

La estampa no puede ser más ruinosa. Por contraste, la ciudad indígena bullía de gente y actividad los días de mercado: miles de oferentes y de compradores colmaban las plazas de toda clase de productos intercambiables. Pero esa actividad comercial no cesaba: había calles y distritos dedicados en forma permanente al comercio de toda clase de cosas, como lo cuenta Hernán Cortés a su rey en la segunda carta de relación (Cfr. H.C., O. Cit., Pág. 86), coincidiendo con fuentes válidas para México y Perú.

La imagen concordante que los cronistas dan es la de poblaciones densas y activas, con millares de indígenas aplicados al bullicioso intercambio de producto. A la inversa, la visión de las ciudades virreynales, aún de las más ricas y pobladas, es soledosa, triste, provinciana, así se trate de México, Lima o Córdoba del Tucumán: las poblaciones indígenas, o se mantienen al margen de ellas o han sido diezmadas y desorganizadas al extremo de su ausencia.

A propósito, escribió el arquitecto Jorge Enrique Hardoy en su trabajo: Dos mil años de urbanización en América Latina: Existen numerosas descripciones de las principales ciudades hispanoamericanas durante esos dos siglos (el XVI y el XVII), e incluso crónicas diarias de la vida de alguna ciudad durante períodos continuos más o menos prolongados. De toda esa información directa surge la imagen de una vida monótona y sin sobresaltos, que se sacudía estacionalmente con la llegada de las flotas de España con sus productos, sus noticias y sus viajeros, a algunos de los puertos cercanos..." (12)

Hubo, de hecho, ciudades más ricas e importantes, de mejor traza y dotadas de construcciones abultadas, como Lima, Cuzco, México, Puebla, La Habana o Bogotá, pero a la mayoría de ellas bien pudo aplicarse el testimonio del viajero Antoine Frazier a la vista de Santiago de Chile: "... toda la arquitectura es de mal gusto... si exceptuamos a la de los jesuitas ..." O en su visita a Caracas: la ciudad "no poseía otros edificios públicos que los dedicados a la religión (. . .) los demás ocupan casas alquiladas. El hospital de la tropa esta en una casa particular. La Contaduría o Tesorería es el único edificio perteneciente al rey y su construcción está bien lejos de anunciar la majestad de su dueño" (13).

Ciudades monumentales no las construyó la Colonia en Sudamérica, con excepción de Lima, y menos en el hoy llamado Cono Sur. Edberto Osear Acevedo, al explicar el tema en la Historia Argentina (dirigida por Roberto Levillier) consigna que, según el censo de 1778, vivían en la ciudad de Córdoba 7.088 habitantes y en Catamarca 6.441.

Hay que reconocer que a veces las opiniones se contradicen. En su trabajo sobre La arquitectura colonial, incluido en la Historia general del arte en la Argentina, el arquitecto Mario J. Buschiazzo alude "el grandioso conjunto de los edificios jesuíticos" levantados en Córdoba, las "hermosas casonas" que llenaron Salta o los templos de las reducciones de los indios guaraníes, pero es para advertir, comparando, que "Buenos Aires seguía siendo el extremo de aquel largo y azaroso camino que se iniciaba en Lima y venía a morir en un villorio, que otra cosa no fue hasta llegar al siglo XVIII".(14)

La pobreza de Buenos Aires de fines del siglo XVI, se evidencia en el testimonio de un viajero, fray Sebastián Palla, que la visitó en 1599. "No hay cuatro vecinos que traigan zapatos -dice-, y medias ninguno... y cual y cual camisa". Comentando estas palabras. Levene agrega: "Y no se trataba solamente de la ropa: no había sillas y la gente se sentaba sobre el cráneo de los animales. No había vidrios para las ventanas ni puertas para las casas y éstas se tapaban con cueros. No había vasos, y la gente ahuecaba los cuernos del ganado para fabricar rudimentarios recipientes. No había arados, y los agricultores escarbaban apenas la tierra con un omóplato de buey o de vaca... (15).

Recordemos -sigue diciendo Buschiazzo- que, según Antonio Vázquez de Espinosa, en 1628 Buenos Aires sólo tenía doscientos vecinos españoles; es decir, doscientos jefes de familia, lo que daría una cifra máxima aproximada de mil pobladores, más la servidumbre indígena. Acarette du Bizcay decía en 1658 que "las casas del pueblo están hechas de barro, porque hay poca piedra en todas esas regiones hasta el Perú; están techadas con paja y cañas, y no tienen pisos altos".

Este estado de cosas no ha cambiado mucho a principios del siglo XIX. El ingeniero militar inglés Francis Bond Head la visita en 1825 y después escribe: "El agua es sumamente impura, escasa y, por consiguiente, cata. La ciudad está mal pavimentada y sucia y las casas son las moradas más incómodas a que haya nunca entrado: paredes húmedas, mohosas y descoloridas por el clima, pisos malos de ladrillo, generalmente rotos y frecuentemente con agujeros; techos sin cielo raso, y a las familias no se les ocurre calentarse de otro modo que agrupándose en tomo a un brasero colocado puertas afuera..." (16)

Santa Fe, ciudad fluvial

Si así era Buenos Aires, ¿qué decir de Santa Fe? Soldados, exploradores, viajeros, estudiosos, recorrieron la región del Plata a pie, a caballo, en barco o en carreta desde el siglo XVI en adelante, dejando algunos un vigoroso o colorido testimonio de estos lugares, entre ellos, de Santa Fe.

Para no abundar, tomo el testimonio del mismo Bond Head sobre la campaña santafesina, quien recuerda "su aspecto salvaje, desolado; ha sido tan constantemente saqueada por los indios -escribe-, que no hay ganado en toda su extensión, y la gente tiene miedo de vivir allí. A derecha e izquierda del camino y en distancia de treinta y cuarenta millas, en ocasiones se ven los restos de un ranchito quemado por los indios, y al pasar galopando el gaucho relata cuánta gente fue asesinada en cada uno..." Y concluye: "Estábamos en el centro de este país horrible".

Para quien recuerde la admiración de cronistas y arqueólogos a los caminos del incanato antes de la conquista, compare aquello con estas palabras sobre los caminos de la pampa argentina tres siglos después: "El país es chato, sin más camino que huellones que cambian constantemente... El país, en completo estado natural, está cortado por arroyos, riachuelos, pantanos, etc., que es absolutamente necesario pasar. En ocasiones el carruaje, por extraño que parezca, va por una laguna que, naturalmente, no es honda. Las orillas de los arroyos suelen ser muy escarpadas, y observé constantemente que pasábamos por lugares que, en Europa, cualquier militar, creo, sin hesitación informaría ser infranqueables".

En cuanto a los testimonios sobre la ciudad misma, tomo el que me parece más expresivo, el del viajero inglés John Parish Robertson, que estuvo en el Río de la Plata en 1812 y llegó a escribir más tarde, ya de vuelta en su país, cierta cantidad de cartas que, fechadas en 1838, transmiten las impresiones de sus travesías entre Buenos Aires y Asunción del Paraguay. Dice Robertson en la carta XVI, según la tradujo Carlos A. Aldao:

"Santa Fe está situado a orillas de un gran afluente del río Paraná, llamado el Salado (...) La ciudad es de pobre apariencia, construida al estilo de las españolas, con una gran plaza en el centro y ocho calles que de ella arrancan en ángulos rectos. Las casas son de techos bajos, generalmente de mezquina apariencia, escasamente amuebladas, con las vigas a la vista, los muros blanqueados, y los pisos de ladrillos, en su mayor parte desprovistos de alfombras o de esteras para cubrir su desnudez. Las calles son de arena suelta, con excepción de una, en parte pavimentada. Los habitantes de la ciudad y suburbios son de cuatro a cinco mil" (17).

Es lástima no poder transcribir completo un documento tan vivido sobre los habitantes de Santa Fe y sus costumbres. El mismo coincide con la descripción que hace en 1850 otro viajero inglés, William Mac Cann, en su obra: Viaje a caballo por las provincias argentinas:

"La ciudad de Santa Fe se halla situada sobre un brazo del Paraná, en la costa firme, a dos leguas del cauce principal. (...) Tiene ahora un puerto con buenos desembarcaderos, pero en ciertas épocas del año no hay más de tres o cuatro pies de calado en la embocadura del río (...) Las casas tienen techo de teja o azotea y son de una sola planta. En la mayoría de ellas, las ventanas carecen de vidrios; el aire y la luz entran directamente por las aberturas de los batientes (...) En las calles, el piso es de arena natural y el tránsito se hace molesto cuando sopla el viento (...) Hay alumbrado público y policía bien organizada (...) Callejeando por la ciudad y suburbios, me sorprendió la quietud de Santa Fe, cuyas manifestaciones de actividad son muy escasas, tratándose de una capital de provincia y sede del gobierno..." (18)

Las misiones jesuíticas

Antes de terminar y como último capítulo de esta reseña literaria sobre las poblaciones de Iberoamérica, no puede quedar al margen, en el drama -por momentos tragedia- de la conquista y la colonización española del Continente, el papel evangelizador de las diferentes órdenes religiosas, en especial los franciscanos y los jesuitas.

Las misiones jesuíticas entre los guaraníes, en el Paraguay, y las misiones franciscanas entre los nativos de California, influyeron en la asimilación pacífica y piadosa del indio, agrupándolo en poblados rurales que fijan de un modo singular ciertos aspectos culturales de la, ahora sí, "ciudad indiana" (19), desde el cultivo de la tierra al de las artes, y el cultivo también del cielo, en comunidades defendidas, planificadas y sujetas a disciplina, pero tolerantes de la idiosincrasia indígena en su sentimiento de la naturaleza y de lo sagrado, animándolos piadosamente, religándolos sin mutilarlos -se supone- al margen del sincretismo pagano y del animismo panteísta, en la fe condensadora y potenciadora de Jesucristo.

"Sólo cuando los franciscanos y más tarde los jesuitas, comenzaron a evangelizar a los indios, se reconoció la importancia de la pampa verde para mantener a la cada vez más numerosa inmigración española" - escribe el padre José Marx S.V.D. en San Ignacio, Misiones, al referirse a la presencia aquí del padre tirolés Antonio Sepp von Rainegg S.J., quien llegó a Buenos Aires en 1691 con otros cuarenta misioneros.

El mismo padre Sepp anotó en su diario la siguiente descripción de una de aquellas misiones, la de los Santos Tres Reyes:

"Una calle ancha y recta conducía directamente hacia el (inmenso poblado). Sobre la masa homogénea de bajas chozas de paja y barro, erguíase la torre de madera, pintada de blanco, de la iglesia". (.. .)Las calles eran espaciosas y trazadas en forma recta (...) La calle principal conducía directamente a la amplia plaza, sita en la mitad del poblado. Tras las chozas de paja de las familias, atravesé casas de adobes, mayores y extensas.

En la misma plaza se encontraba la iglesia, amplia e imponente, propia para albergar a miles de personas. Se trataba de una construcción de ladrillos cocidos y pintados de blanco; pero la amplia cabriada del techo de la iglesia de triple nave, descansaba sobre enormes pilares de madera. Las puertas de la iglesia, primorosamente talladas, estaban abiertas de par en par, como si quisiera estrechar a una multitud que viniera en marcha". (20)

La ciudad rehabilitada -se diría- por la piedad y la caridad de las órdenes misioneras. La ciudad indiana reconstruida sobre las cenizas de la conquista. No quiero idealizar -no lo hizo Lugones en El imperio jesuítico pero sí puedo pensar, apartándome un tanto de él, que la ciudad aquella era rehabilitada en la justicia de Dios con el cumplimiento del plan evangelizador, como se había querido en un principio, antes todavía de tomar cuerpo las después incumplidas Leyes de Indias.

Es de lamentar que también la rehabilitación misional de la ciudad indígena, de su cultura, del sentido indígena de lo sagrado por obra del Credo, del trabajo rural, del arte, cayera víctima de las intrigas políticas y los celos comerciales, perdiéndose para siempre una experiencia de pedagogía cristiana que pudo significar una continuidad civilizada, en el desbarajuste que la conquista ocasionó en el cosmos nativo.



Referencias

01 - Centro de Estudios Hispanoamericanos, conmemorando el 40º aniversario de la excavación de las ruinas de Santa Fe la Vieja por el Dr. Agustín Zapata Gollán, 16-08-89.

02 - Gonzalo Menéndez Pidal:" Hernán Cortés", en Gran Enciclopedia del Mundo (DURVAN Ed.), Bilbao, España 1962. 5-894.

03 - Hernán Cortés: Cartas de relación de la conquista de México. Ed. Espasa-Calpe Argentina, Bs. As. 1946, Págs. 60, 67, 85 y Ss.

04 - Pedro Cieza de León, Cit. por Víctor W. von Hagen: La carretera del sol. Ed. Diana, 1977 Pág. 74.

05 - Hernando de Soto, V.W.v.H. O. Cit., Pág. 90.

06 - Padre Bernabé Cobo. Por José Antonio Busto D.: Perú incaico. Ed. Librería Studio, Lima (Perú) 1978, Pág. 340.

07 - Pedro de Cieza de León: Cit. J.A.B., O. Cit., Pág. 305.

08 - Miguel Estete: Cit. J.A.B., O. Cit., Pág. 342.

09 - Garcilaso de la Vega, Inca: Cit. por Diego Ángulo Iñiguez: Historia del arte hispanoamericano, Salvat Ed., Barcelona 1945, Págs. 32 y Ss.

10 - Martín del Barco Centenera: Argentina y conquista del Río de la Plata... Ed. Virginio Colmegna, Buenos Aires 1900.

11 - Agustín Zapata Gollán: Las puertas de la tierra. Jornadas del Litoral. Imprenta Universidad Nacional del Litoral 1937. Págs. 111 y Ss.

12 - Arq. Jorge Enrique Hardoy y otros: La urbanización en América Latina. Ed. Instituto Torcuato Di Tella, Buenos Aires 1960. Pág. 60.

13 - Edberto Oscar Acevedo: en Historia argentina (Roberto Levilliery otros). Ed. Plaza y Janes, Buenos Aires 1968. n-869.

14 - Arq. Mario J. Buschiazzo: La arquitectura colonial, en Historia general del arte en la Argentina. Academia Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires 1982. I-179.

15- Fray Sebastián Palla, en 1599. Cit. por Gustavo O. Levene en: La Argentina se hizo así. Hachette Ed., Buenos Aires 1960, Pág. 61.

16 - Francis Bond Head: Las pampas y los Andes. Hyspamérica Ed., Buenos Aires 1986 Págs. 27, 36,63 y Ss.

17 - John Parish Robertson: La Argentina en los primeros años de la Revolución. Ed. Biblioteca de La Nación (Vol. 690), 1916. Traduce. Carlos A. Aldao, Págs. 36 y Ss.

18 - William Mac Cann: Dos mil millas a caballo, a través de las provincias argentinas... Cit. en: "Santa Fe vista por un viajero". Suplemento cultural diario El Litoral l-VIII-83, Pág. 4, 3a. Col.

19 - "... un urbanismo definido (...) el ejemplo urbano más simple de una ciudad teocrática", dice Hernán Busaniche en: Las misiones jesuíticas guaraníes. Ediciones El Litoral, Santa Pe 1955.

20 - Tres mil guaraníes y un tirolés. Ed. en homenaje a la memoria del P. Antonio Sepp von Rainegg S.J. San Ignacio, Misiones, Argentina, s/f. P. 34 y Ss.



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